Exceptuando los países donde predomina la raza negra, en nuestro continente, y aún en muchas otras regiones del planeta, somos probablemente el único pueblo con héroes y líderes indígenas, y presidentes negros y mulatos y blancos. Todos de ancestros extranjeros.
Aparte de Evo Morales y Barak Obama, en toda América no ha habido recientemente quienes, con rasgos no blancos o mestizos claros, hayan tenido carreras políticas victoriosas. (Obama fue aceptado porque tiene, inversamente, lo que yo he llamado el “síndrome de Tarzán”, siendo psicológica y conductualmente blanco debido a que su madre era blanca).
Paradójicamente, los dominicanos no son ni negros ni blancos. En RD, el color no es un elemento de identidad grupal o étnica, regional ni de clase. Eso no suele ser fácil de comprender para los otros países y culturas.
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Los negros dominicanos suelen ser tener un alto sentido de personalidad (“votan miel por los poros”). La experiencia esclava de los negros dominicanos fue breve, debido a razones históricas varias. Nada similar al desastre opresivo de los franceses en Haití, ni la cruenta revancha de los haitianos.
Nada ni lejanamente similar se produjo jamás en nuestro suelo. Muy tempranamente, la reina Isabel de España y los frailes dominicos obligaron a los colonizadores a bautizar a los indios y a entender que estos eran cristianos iguales que ellos ante Dios y el Estado. De donde, como sabemos, tuvieron origen principales acciones y declaraciones de derechos humanos universales, en los cuales hoy día se fundamentan organismos como la ONU, que a menudo dan señales de no entender los fundamentos cristianos de los mismos.
Como tampoco, que RD es un país y proyecto fundamentalmente cristiano, que durante siglos no acepta ni padece la idea de superioridad étnico-racial, aunque en la práctica sepan que hay quienes sí lo creen e intentan hacerla valer, aunque en ocasiones persista más como una pose clasista, o un resabio imperialista, o del marketing y la cinematografía importados.
Nuestros ancestros colonizadores pelearon con nuestros ancestros indios y por algún tiempo esclavizaron a nuestros indígenas; pero prefirieron suicidarse colectivamente antes que ser esclavos. Luego, nuestros bisabuelos pelearon contra franceses, haitianos y españoles; y nuestros abuelos, padres y nosotros peleamos con los yanquis.
Pero hay algo cuasi milagroso: jamás hemos odiado a ninguno de ellos; pero jamás los aceptaremos como señores nuestros. Nuestro ser nacional se inclina a amarlos a todos ellos, agradecerles, acogerlos y admirar sus países.
Para el dominicano solo Dios es grande; ningún humano es superior a un dominicano. Tampoco nos sentimos superiores a nadie. Acaso ser cristianos nos hace seres especiales. La paradójica “superioridad” cristiana consiste precisamente en “saber que todos somos iguales”, escogidos y amados de Dios.
Eso puede ser difícil entender y aceptar. Pero nadie podrá contra eso: ni negros, ni blancos, ni siquiera nosotros mismos. Esto es parte de nuestro mayor tesoro: “Dios, patria y libertad”. Lo cual acaso nos hace únicos, y muchos extranjeros lo disfrutan y admiran, aunque algunos no parecen entenderlo. O, admitirlo.