LUIS SCHEKER ORTIZ
Lo que mal comienza, mal termina. La declaración tardía de George Bush admitiendo que “las cosas andan mal en Irak”, lo confirma. La invasión militar promovida por Bush como guerra preventiva, nunca debió producirse. Las acciones criminales de Hussein, antiguo aliado de Estados Unidos en la guerra Irán-Irak, no tenía porque expiarlas el pueblo iraquí; como tampoco la locura criminal de Bush, y de Blair, no tienen porqué seguir pagándola los pueblos de Norte América y el anglosajón, que ven caer a sus hijos víctimas de una guerra petrolera injusta como mariposas el día de San Juan.

Lo que hoy admite el Presidente de los Estados Unidos públicamente, era verdad sabida desde hace mucho tiempo por todos los pueblos del mundo hambrientos de paz y de justicia, que abominan tanto del terrorismo estatal, como el que les adversa usando las mismas armas e iguales métodos con distintos argumentos.

Se vuelve a equivocar el Presidente de la nación más poderosa de la tierra cuando fija un plazo de dos años para evacuar sus tropas de la nación invadida por los infieles. Tendrá que retirarla mucho antes para que la derrota moral ya consumada, que le desprestigia, no siga la derrota militar aun más vergonzosa.

Urge un armisticio inmediato. Un plan a corto plazo que garantice el retiro inmediato y masivo de los militares intrusos de Irak y el retorno de la paz social y de la convivencia de las diversas sectas religiosas que lo pueblan al estilo de los países árabes; con sus costumbres, sus tradiciones, sus creencias y sus desigualdades y forma de vida, difícil de comprender y asimilar por una democracia con factura occidental, de elecciones libres y libre comercio, que tampoco ha resuelto los graves problemas de sus pueblos.

Hay que parar el caos existente. Evitar, a toda prisa, la intensificación de la guerra civil y religiosa que sacude a Irak y amenaza a todos pueblos del Oriente Medio desangrándolos, para convertirse en una guerra infinita de purificación (Yihad) contra los “infieles”.