¡Lo que nadie podía esperar!
Un inofensivo joven de Villa Consuelo
participando en el asalto al Royal Bank

<p><strong>¡Lo que nadie podía esperar!<br/></strong>Un inofensivo joven de Villa Consuelo <br/>participando en el asalto al Royal Bank</p>

POR ÁNGELA PEÑA
En el barrio de Villa Consuelo, donde Cristóbal Martínez Otero había pasado su infancia, la noticia de que él formaba parte de los asaltantes a The Royal Bank of Canada fue recibida con incredulidad, ya que de muchacho no le conocieron malicia ni antecedentes delictivos. Pero de lo que no dudaban sus compañeros de pelota, natación en el río de La Barquita para ir a tumbar caña, de los cines Max y Julia, de la escuela Gerardo Jansen y de La Normal, era de su relación con el cabecilla del atraco, Eudes Maldonado Díaz, a quien frecuentaba cuando se alejó del grupo.

Fernando Casado, cantante, escritor, investigador histórico, era como su hermano en la niñez y, verlo en la prensa acusado de ladrón, oír su nombre por la radio integrando la banda de malhechores, escuchar la propia voz del dictador Trujillo jurando que iba a dar un ejemplo, le impresionaron de tal manera que hoy, a 52 años del hecho, el episodio se encuentra patético en su mente, con detalles reveladores que rodearon el caso, sobre todo los referentes a su amigo entrañable.

Lo que sabe y cuenta no es novela. A sus recuerdos se unen fotos de su adolescencia junto a “Cristobita”, como le apodaban, la tristeza y la vergüenza que se apoderaron de “Macorís”, el padre, un hombre “sumamente trabajador y religioso que iba a misa todos los domingos con su familia, incluido el inculpado, vestido de blanco, con chaleco y corbatín a la antigua” después de una semana de duras jornadas en su ferretería de la Baltazara de los Reyes donde vendía piezas de segunda mano.

Estaba separado de la mamá de “Cristobita” que vivía en el campo. “Yo lo acompañaba a visitarla, llegábamos al Hipódromo, atravesábamos el Country Club, pasábamos el hospital de los tuberculosos y más allá, entre unas lomas, vivía ella. Pasábamos el día montando a caballo y jugando”, refiere Fernando Casado.

Los progenitores, afirman, eran personas devotas, por eso los muchachos no se explicaban la inclinación de Cristobita por la hechicería (si eran esas las prácticas que lo acercaban a Eudes Maldonado Díaz) ni tampoco, que Fernando supiera, el joven tenía preferencias homosexuales. “Él se enamoró de una muchacha que llegó junto a una hermana y su madre al vecindario, a la casa donde vivían los Joa, y se fue entonces a trabajar en la fábrica de refrescos Kist. Ahí perdimos el contacto con él”, cuenta el artista.

Pero después, Fernando Casado volvió a saber de Cristobita y ahí empieza el detalle que liga a su amigo al atraco: sus continuas visitas a Eudes. Aquel dato le sorprendió porque, para él, “Cristobita era normal, quizá un poco retraído, en Villa Consuelo comenzaron a proliferar los cafetines y él no frecuentaba esos sitios”, dice.

Y añade: “La primera referencia que lo liga al asalto ocurrió un día que íbamos por la Juan Bautista Vicini, Manolo Joa, Marino Reyes y yo y al llegar a la esquina de esa calle con Juan de Morfa, Manolo dijo: ‘Cristobita siempre está metido ahí, en casa de un maricón que es brujo’. Era Eudes, que vivía en unos callejones al comienzo de la Juan Bautista Vicini. Yo nunca llegué a entender el cambio, esa es una de mis grandes confusiones”.

El atraco

Además de las fotos junto a Cristóbal Martínez, “Palillo”, Andrés, “El Brujito”, Marino Reyes, Guillermito Escoto y Ángel “Boca de lobo”, Fernando Casado conserva un poema en el que retrata sus vivencias infantiles en Villa Consuelo, y ahí está reflejado el caso del atraco que palpita en su memoria como una interrogante permanente, porque nunca concibió que su amigo fuera capaz de cometer un hecho tan arriesgado, criminal, el primero de esa índole que vivió la República. Y en plena tiranía de Trujillo.

Para la fecha, todos los amigos comunes le llevaron comentarios, revelaciones, sorpresas, sobre todo “Caco Blanco”, “Nejo Dicayagua” y “El Brujito”, que estaba en Santiago cuando mataron a los implicados.   “Cuando Caco Blanco me dio la noticia hice una ecuación mental: Yo conozco a Cristobita de raíz, pero la vida tiene una celada y puede ser que le jugara una encerrona y problemas económicos y dificultades tremendas lo llevaran a eso, el hombre es capaz de robar, pero sé que Cristobita es incapaz de matar”.

Reflexionaba así porque al muchacho lo acusaron de haber ahorcado a uno de los dos mensajeros del Royal Bank y su foto figura en El Caribe con un pie de foto que le atribuye haber expresado: “Simplemente una soguita” dice Cristóbal Martínez Otero que llevó al Banco el día del atraco. Pero parece que ese no fue, o no fueron el único o los únicos crímenes de Cristobita. Cuando ocurrió el hecho, a Fernando Casado le habló de esa soguita su amigo Arturo, “al que le decíamos Nejo Dicayagua. Lo que derrumba la tesis de que Caamaño, Petán, Ludovino y esa otra gente del Gobierno estuvieran mezclados en el crimen, es un dato simple: ellos tuvieron que matar a un policía para hacerse de un revolver. ¿Sabes como lo mataron? Uno de ellos era chofer de concho y cuando vieron al agente lo pararon y le dijeron que había un rebú en un baile por donde estaba la gallera, el policía se montó en el asiento de al lado del chofer y Critobita lo ahorcó con una soguita, el policía llegó a sacar el revólver y disparó un tiro que se fue por el techo del carro. Eso me lo contó Arturo, que era sobrino del policía muerto”.

Agrega Casado que esta muerte “coincide con la forma en que mataron al mensajero. ¿Y por qué él mata al mensajero? Porque lo reconoció y Cristobita le dijo: ¿Qué tú me ves? ¿Tú me conoces? Lo llevó al baño y lo ahorcó. Eso quien me lo dice es “El Brujito”, que estaba en Santiago cuando los mataron.

Fernando Casado hace estos relatos como reacción a un reportaje publicado el pasado sábado, comentando el libro “Asalto y Muerte, Reto al régimen de Trujillo”, de Miguel Holguín- Veras, novela basada en el atraco.

“Después del asalto, Trujillo habló y recuerdo su voz diciendo: “¡Voy a dar un ejemplo!”, relata Fernando. O sea que el asesinato fue una orden de Trujillo”.  Holguín consigna que el Jefe ordenó a sus superiores castrenses: “¡Fusílenlos!”.

Casado considera absurdo que se vincule a militares en el hecho, como lo hace Holguín, “porque no hubieran tenido que matar a nadie, alguno de esos militares le habría dado las armas”. Se le señala no olvidar que el autor califica su obra de novela.  El cantante tampoco cree que la masacre ocurriera en el campo de tiros, sino en el cementerio, pero en realidad, la cruel masacre ocurrió en ese recinto o sus alrededores.

Después del hecho, Macorís, el padre de Cristobita “nunca volvió a levantar la cabeza, pasaba siempre para la iglesia, pero mirando al suelo”. Así fue captado su hijo todas las veces que lo fotografiaron. Sólo levantó el rostro para declarar en la justicia.

La vinculación de Cristóbal Martínez Otero al asalto al Banco la dejó plasmada Fernando Casado en un poema que describe sus años de infancia en Villa consuelo. “Unos años después te mataron a ti por ladrón/ me lo dijo El Brujito/ te vio boca arriba con la piel chamuscada/ cuatro dedos de tu mano derecha cercenados/ y una expresión extraña en el rostro… / pero parece que no notó los balazos que te dieron de postre… / Cristobita se casó, trabaja en los refrescos Kist/ huyendo, sin saberlo, de su inevitable destino”.

“A nosotros nos asombró, no le encontramos explicación ni a la brujería, porque teníamos el Centro de luases de Anita Caba a una cuadra y él no iba, tampoco a su actuación en el asalto. Yo vi las fotos, pero creía que era incapaz de matar, ese juicio cambió cuando me llevaron los informes. Su participación tuvo mucho que ver con ese sujeto, Eudes, porque el Cristobita que yo conocí en la adolescencia fue uno, y el que conocí al final de la película, era otro”.

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