La desesperación de hoy es insignificante comparada con la de hace 30 años, y los motivos muy diferentes, eso lo podemos atestiguar los que sufrimos sin piedad las atrocidades de la Era de Trujillo, los que no participamos del festín de la tiranía y supimos rebelarnos contra el crimen y las injusticias del tirano y sus cómplices; pero hoy, después de haber desaparecido el sátrapa del escenario político de la nación, todos sin distinción somos culpables con nuestro silencio, con nuestra conducta y con nuestra pasividad, del lodazal que nos ahoga.
La desesperación que nos mortifica es el desaliento que experimentamos al ver que los problemas no se resuelven, que por el contrario se ahondan, creo que es necesario establecer una fórmula o algo que se le parezca, que evite la complicidad con aquello que consideremos indeseable, es preciso armarnos de valor y decir no a todo aquello que huela a retroceso, no es posible colaborar o participar en todo aquello que tengamos sospecha de un engaño a la sociedad, no podemos seguir callando acerca de lo que estamos conscientes que es dañino al país y al pueblo.
Es importante señalar que ha llegado la hora, que aquellos que aparentan tener capacidad, que son honestos y competentes cumplan su función en la sociedad con pulcritud para que las cosas marchen como Dios manda, que no se aislen, que no abandonen a las nuevas generaciones, que no las dejen a la deriva, que cumplan con su deber de orientadores de la sociedad, porque de lo contrario la situación del país será peligrosa y los riesgos serán aún mayores, y, el futuro muy dudoso, pues lo peor que puede sucederle a un país, es que sus ciudadanos no quieran convivir unos con otros y que la discordia entre ellos sea el pan de cada día, porque entonces el resentimiento y el rencor serán los que prevalecerán.
El presente que nos ha tocado vivir no estamos en capacidad ni en la posibilidad de renunciar a él, tenemos que contribuir con este presente para que sea menos traumático y contribuir con los demás a que vivan con algún sentido de futuro bienestar a plenitud; es decir, a que se acerquen a una realidad que satisfaga sus anhelos de una vida tranquila y sosegada.