Lo que se opone al amor

Lo que se opone al amor

DIOGENES VALDEZ
A Catana Pérez de Cuello y al maestro Rafael Solano, con igual o mayor admiración y cariño.
Esta Semana Mayor correspondiente al 2005, más que en ninguna otra me ha servido para sumergirme en variadas y profundas reflexiones. Una de éstas me la ha producido un artículo escrito por ese notable artista que responde al nombre de Rafael Solano, gloria, no sólo de nuestro país, sino de todo el continente americano y posiblemente de más allá.

Su trabajo, titulado «Algo más sobre el amor» (HOY, 15-3-05), no lo entiendo como una respuesta al que publiqué, como ahora, a dos personas que quiero, admiro y respeto, sino como una acotación que enriquece mis propósitos iniciales, y eso estoy obligado a agradecerlo de manera pública.

El artículo del maestro Solano contiene varias quejas que comparto plenamente; sin embargo, pienso que ante dicha realidad, lo peor que podríamos hacer es cruzarnos de brazos y rendirnos ante la cotidiana evidencia de que en nuestro país no es el amor lo que abunda, sino la desesperanza.

Creo que es ahí donde radica gran parte de su inconformidad y la de casi todos los que vivimos en este país, porque con muy pocas excepciones, todos hemos sido burda y arteramente defraudados, utilizando un verbo que sólo se aproxima mínimamente a lo que es la realidad.

Me adhiero en casi todo a los razonamientos del maestro Solano, y si ésto no ocurre en un cien por ciento es porque no simpatizó con el equipo de «la otra mejilla». Para mí eso no es amor. Históricamente hemos vivido poniendo esa otra mejilla, por ejemplo, a los políticos, ¿y qué hemos ganado?… Dejo la respuesta en el aire.

Pero los tiempos han de cambiar. Tienen que cambiar y de eso no tengo dudas. sólo espero que cuando ese día llegue, no lo haga «cargado de puños y puñales», como reza el célebre poema de nuestro Pedro Mir. Ese día, entonces, ese «himno-poema» que es Por amor adquirirá su plena vigencia.

Tal vez esa «materia del amor», como parece querer decir nuestro Rafael Solano, «resulta para el verbo materia indefinible», porque más que una noción cognoscitiva, éste debería ser una sensación que la palabra no alcanza a definir en toda su plenitud.

Recordemos que Albert Camus, en sus Cuadernos propone como más importante que la «noción» o el conocimiento, la «sensación» del asunto en cuestión.

Naturalmente y para que no haya confusión, Camus se refería al «absurdo» como materia de creación literaria, y no a una cuestión tan sencilla y compleja al mismo tiempo, como es el «amor».

En su magnífico e ilustrado trabajo, el maestro Solano dice que «el sentido (que es lo mismo que si dijese la sensación, cursivas D. V.) del amor y la constante actitud que implica, surge espontánea del silencio absoluto de una mente limpia».

Tal concepto me luce maravilloso, contundente e irrebatible, pero aunque con igual luminosidad, no existe la misma precisión cuando dice que «el amor no forma parte del cuadro de pares opuestos tan presentes en el mundo de las emociones; no es lo contrario al odio, ni puede serlo (…).

He aquí, entre los múltiples conceptos que emite el autor de «Algo más sobre el amor», uno que nos interesa. Es verdad que el amor «no es lo contrario» al odio, pero parecería que lo es. El maestro admite que «el odio sólo transita por los meandros del pensamiento insano», y sin exponerlo nos está diciendo, que ese amor al que le cantó, de la manera más sublime que ser alguno pueda imaginar, se desplaza por el camino contrario. En este mundo de «acciones y reacciones», el amor debería también tener opuesto (y lo tiene), y sin el odio no lo es, entonces, ¿cuál podría ser su némesis).

La anterior tiene su respuesta y no soy yo, sino uno de los hombres más preclaros que ha dado la humanidad, quien habrá de responder por mí, pero antes, para quienes no leyeron el artículo que motivó el de Rafael Solano, estamos obligados a decir que esta aparente discrepancia, en la que el maestro tiene todas las de ganar, surge de nuestra opinión de que dentro del universo de la creación literaria solamente existen cuatro temas fundamentales: el amor y su opuesto (el odio) y la vida y su opuesto (la muerte), y sus posibles combinaciones.

Aunque en literatura esto se tiene como una verdad irrefutable, en la vida real es completamente diferente y ahí es donde nuestro gran compositor me gana la partida.

Habíamos lanzado al ruedo, como si se tratara de un toro bravío, la pregunta de que si el odio no es lo puesto amor, entonces, ¿cuál era su contrario? También decíamos que la respuesta estaba en labios de uno de los más grandes hombres que ha dado la humanidad, en cualesquiera de sus épocas: León Tolstoi.

En esa inmensa catedral literaria que es La Guerra y la Paz (Vojna i Mir), en uno de los tantos grandiosos pasajes que existen, se describe de la manera más hermosa posible el amor de Natasha Rostova hacia el príncipe Andrey Bolkonski; el encuentro entre ambos ocurre en momento crítico, pues el príncipe se encuentra herido de muerte. Sin lugar a dudas, esa es la escena más sublime entre las muchas de la obra de Tolstoi. Antes de lanzar el último de sus suspiros y en presencia de la amada, el moribundo aristócrata medita en la forma siguiente:

El amor se opone a la muerte. El amor es vida.

Todo, todo lo que comprendo, lo comprendo porque amo. Todo se cifra en esto. El amor es Dios; y la muerte significa para mí que yo, que soy una partícula de amor, volveré a la universal y eterna fuente de amor.

Ante tan contundente evidencia, no nos queda otra alternativa que corregir los errores cometidos en nuestro artículo «Las virtudes del amor». Es cierto, como afirma el maestro Solano, que el odio no es lo contrario del amor, sino la muerte, como asevera Tolstoi. Y para confirmar que el insigne escritor ruso es dueño de la verdad más absoluta, bastaría con recordar que los griegos antiguos asignaban a todo ser humano dos instintos primarios que se contraponían: Eros (el Amor) y Thanatos (la Muerte).

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