Lo que Viejo no escuchó, ni vio

Lo que Viejo no escuchó, ni vio

A Viejo Santín no le decían Viejo por viejo, era un decir de cariño y respeto. Viejo, sin embargo, se manifestaba reacio a los adelantos que llegaban al pueblo perdido entre montañas y ríos. Luego el pueblo fue descubierto por personas tan sofisticadas que formaron un grupo filarmónico, para entretención de dos o tres iniciados en la música creada para los grandes y lujosos salones de los príncipes europeos.

Le gustaba asistir a las retretas que dirigía el maestro Totí Gautreau que comenzaban a prima noche después que Tomasito Otto y su hermano Ovidio encendieron la primera bombilla del alumbrado público, abrieron una sala de cine y comercializaron el más famoso mabí-champagne, cuya denominación de origen era: seibano y se servía con la botella cubierta de escarcha.

Aquella noche hubo una gran discusión en el parque, en la tertulia que se iniciaba cuando Ovidio Otto apagaba la planta, a medianoche, y salía a encontrarse con un grupo  que lo esperaba para conversar.

Cuando Ovidio dijo que el sonido se podía reproducir a kilómetros de distancia Viejo pensó que se trataba de algún gigante cuya voz retumbaría entre las montañas y se convertiría en un trueno imposible.

Al otro día Ovidio y don Tomás llamaron a Viejo y le mostraron el primer radiorreceptor que trajeron al pueblo. Cuando sonaron las primeras notas de una canción Viejo preguntó: ¿dónde están Totí y los muchachos. Oigo la música y no veo los músicos?

Le explicaron que eso era el milagro de la radio. Que desde una emisora de San Pedro de Macorís estaban transmitiendo esa música. Viejo se negó a creerlo.

Entonces Chago Cotes Bobadilla le dijo a Viejo que lo saludaría desde San Pedro, cuando hablara en el mitin del domingo. Chago cumplió y Viejo comenzó a creer en la radio y en la trasmisión de la voz y el sonido a distancia.

El domingo el cura dijo: la Biblia es clara y precisa “lo que hace daño es lo que sale por la boca”.    

Viejo no pudo escuchar ni mucho menos ver lo que dijo Danilo Medina de sus compañeros:

“Yo no quiero basura. Hay compañeros que, como decía un pensador revolucionario, se montaron en el tren y se bajaron en la primera parada. Pero no se bajaron por su voluntad, sino porque fueron tentados y vendieron su dignidad. El que se vende, no vale ni para el que lo compra, ni para el que traiciona”.

Tampoco lo vio decirle a su compañero Leonel Fernández: “Ninguna sociedad del mundo pueden emprender grandes tareas con hombres blandengues carentes de principios y de dignidad”.

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