Locomotora, caña y azúcar…

Locomotora, caña y azúcar…

REGINALDO ATANAY
NUEVA YORK.- A veces nuestra memoria nos trae olores y ruidos muy viejos, como el del azúcar parda recién procesada; el del bagazo de caña, quemado por la locomotora que funcionaba a vapor. Y el ruido de la misma locomotora, iniciando la marcha, acelerando… chac, chac, chac… Y el sonido del silbato de ese antiguo vehículo de locomoción: uiiii… uiiii…

Esos ruidos y olores los percibíamos en nuestro pueblo, San Pedro de Macorís, y se quedaron guardados en nuestro subconsciente. Y no hemos querido desalojarlos, para de vez en cuando sentir sus reflejos. Como ahora.

En las vías del tren había un cambio, para que la marcha fuera por otra línea de rieles. Se le llamaba «chucho». El chucho, pone expedita otra vía para que la máquina se desplace hacia un lugar diferente. En cierto aspecto, algo parecido a lo sucedido en el gobierno dominicano en las últimos meses: las elecciones se constituyeron en «chucho», para desviar la cosa pública de una ruta alocada, y situarla en otra de peso. De cordura.

El sonido de la locomotora, como que nos lo revivió ahora  un petromacorisano ilustre, el doctor Rafael Kasse Acta, quien a los 77 años se acaba de marchar al otro lado de la vida.

Tanto Rafael, odontólogo, como su hermano Emil, médico, ido ya hace algunos años, fueron dos personas excelentes, que pasaron por la vida diseminando todo el bien que les fue posible. Ellos dejaron muy jóvenes su Macorís natal, para avanzar sus estudios universitarios y descollar, como lo hicieron durante su fructífera vida. Sus padres, libaneses, llegaron al país, y como muchos otros de sus orígenes se dedicaron al comercio, y a criar a sus hijos, como Dios manda.

Ese ruido del tren nos trae otro recuerdo: a Darío Domínguez, hermano del poeta Francisco Domínguez Charro, quien en uno de sus famosos poemas dice:

«Viejo negro del puerto,/ hace mucho que vengo mirando/ la oscura silueta de tu cuerpo manso,/deslizarse, en silencio, en las noches./ del muelle a lo largo;/ por recintos cargados de sombra/ con tu fardo de penas a espaldas,/ yo te he visto escrutando, a lo lejos,/ algún raro misterio/ perdido en lo alto…»

Hace unos días, el radiodifusor Leo Martínez, quien dirige una radioemisora en Macorís del Mar (como le decía al pueblo Toñito Zaglul), nos informó que Darío perdió la visión, pero que está en pie, y optimista, apoyado por su hijo, médico, del mismo nombre.

Justo en estos días hemos estado repasando unos poemas de Domínguez Charro que hace ya muchos años nos obsequió Darío, con su proverbial gentileza, cuando residía acá en Nueva York.

La locomotora, caramba. La caña de azúcar… Esos sonidos y olores viejos, nos traen al presente  a otro ilustre petromacorisano, don Virgilio Díaz Ordóñez, a quien mansamente le reprochamos que no nos dejara leer su última producción literaria: «Carta a Dios», cuando la angustia lo preparaba para la muerte, en su residencia de Washington…

Justamente, hace muchos años, basándonos en una traducción del francés al español, del Rubaiyatt, que hizo Don Virgilio, escribimos un trabajo sobre el poeta persa Omar Khayam, en el suplemento literario de El Caribe, de Santo Domingo.

Vamos ya a acostar esos ruidos y esos olores, para que reposen en su sueño de eternidades…

Para la meditación de hoy: Afuera de ti, hay un mundo inmenso. Y dentro de ti, ¡también hay un mundo inconmensurable! Ten presente siempre tu procedencia. Procedes del Padre de Todas las Bondades, y El puso en ti muchos de sus atributos augustos. Lo que debes es, ejercitarte en el dominio de esos atributos que tienes, para que descubras y manifiestes la grandeza de Dios al través de ti.

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