¿Logrará Bush llevar democracia a Irak?

¿Logrará Bush llevar democracia a Irak?

HILLA, Irak Los estadounidenses han emprendido la tarea de enseñar a los iraquíes sobre la democracia, y la forma en que está ocurriendo dice mucho sobre las diferentes culturas, historias y aspiraciones de maestos y estudiantes. Es otra cuestión si el esfuerzo de Estados Unidos puede tener éxito: si el Presidente George W. Bush podrá hacer de Irak una antorcha de democracia capaz de encender un fuego entre las autocracias y dictaduras del mundo árabe, o terminará pareciéndose a Woodrow Wilson con su creencia de que la Liga de las Naciones haría del mundo un lugar seguro para los valores jeffersionanos después de la Primera Guerra Mundial.

Las clases de «adiestramiento en democracia» emprendidas por las autoridades de ocupación estadounidenses en Hilla, 128 kilómetros al sur de Bagdad, escasamente podían haber sido más aptas para la transición que los estadounidenses esperan lograr antes de la fecha límite que han puesto para devolver la soberanía a un gobierno provisional iraquí en junio próximo. Los iraquíes que tomen el poder entonces, según el cronograma acelerado aprobado por Bush el mes pasado, guiarán al país mientras adopta una constitución con derechos estilo estadounidenses y avanza hacia elecciones populares para escoger a un nuevo gobierno para fines del 2005.

Lo que pende sobre todo aquí es la sombra de Saddam Hussein, su tiranía y sus asesinatos masivos. De manera que fue adecuado que James Mayfield, el profesor emérito de 70 años de edad de la Universidad de Utah que ha encabezado las clases, experto en gobiernos locales en Oriente Cercano, se encontrara dirigiéndose a líderes tribales iraquíes y clérigos chiítas en un salón similar a una cripta en la parte trasera de una enorme mezquita que Saddam construyó para su propia gloria en el periodo final de su régimen de 24 años.

Para los estadounidenses, los líderes tribales y los clérigos son grupos electorales cruciales. Muchos en este país de 25 millones de habitantes ofrecen su lealtad suprema a sus familias tribales, y a los hombres que controlan sus mezquitas. Fue un hecho reconocido por Saddam, quien acompañó su campaña de terror on una política de comprar y comprometer a los líderes tribales y los clérigos por igual. Los estadounidenses también necesitan su respaldo si desean lograr la recuperación de algo que se asemeje a un amplio apoyo después de los meses de erosión que siguieron a la invasión.

En Hilla, fue una dura labor de convencimiento, lo que presagia los problemas que se enfrentarán al forjar algo similar a un consenso sobre el gobierno que surja de la ocupación. Los líderes tribales y religiosos, después de todo, están entre quienes perderían más si Irak adopta los principios cívicos más amplios predicados por Mayfield. Los hombres que vinieron a Hilla están, en su mayor parte, educados en las artes del subterfugio y la maniobra que no encuentran lugar en el manual democrático. «Somos camaleones», se jactó uno de ellos, después de reconocer que hace un año podía haber sido encontrado en la mezquita delineando los elogios a Saddam y celebrando su reelección como presidente de Irak por un 100 por ciento de los votos.

El hombre que dijo eso, Sayed Farqad al Qiswini, es presidente del colegio teológico que se hizo cargo de la mezquita después de la caída de Saddam, retirando de la entrada las placas que recordaban lo peligrosamente distraídos o irreverentes al grado del suicidio que eran al entrar a un lugar de oración no sólo a Dios, sino a Saddam. Un clérigo destacado, Qiswini tuvo el mérito de la franqueza, por lo menos, cuando se discutió su antigua lealtad a Saddam. «Si uno decía algo contra Saddam, era como saltar a un mar hirviendo», dijo. «No tenía intención de saltar al mar».

Esta flexibilidad, esencial para sobrevivir bajo el régimen de Saddam, es un problema ahora para los estadounidenses, que están discutiendo una política de principios en un país que no ha tenido legitimidad salvo la de las armas durante la mayor parte de su existencia, bajo el régimen británico después de la Primera Guerra Mundial, bajo la monarquía que fue derrocada en 1958, y bajo los baathistas que allanaron el camino de Saddam hacia el poder. Si los principios lo fueran todos, Estados Unidos tendría poco problema para convencer a los iraquíes del mérito de las fórmulas propuestas por los nuevos gobernantes, enfocadas en la necesidad de un gobierno que pueda responder ante el pueblo.

Al escuchar a Qiswini, era posible en ocasiones considerarlo un defensor firme de todo lo contenido en el manual de Mayfield. Después de que terminó la clase de democracia, condujo a un visitante a un monumento en el estacionamiento de la mezquita en recuerdo de los miles de iraquíes, principalmente chiítas, que fueron sepultados en la más grande fosa común descubierta desde abril, en Mahawel, a unos kilómetros de aquí. De pie ahí, era fácil creerle cuando dijo que los iraquíes habían aprendido una amarga lección de la dictadura, que nunca más se debería permitir que ningún hombre concetrara el poder como Saddam.

«Saddam Hussein privó a los iraquíes de toda moralidad, de toda conciencia, y nos dejó como una hoja de papel en blanco, listos para que se escriba un nuevo credo», dijo mientras se reunían otros compañeros de clase. «Preferiríamos comer polvo antes que tener a alguien como Saddam de vuelta en el poder. Todos los iraquíes hemos resuelto nunca permitir que la tiranía sea restablecida. De manera que construiremos una nueva sociedad que será un modelo para todos los países en Oriente Medio».

Pero fue asombroso cómo evitó mencionar la palabra democracia, la piedra angular de todo lo que había dicho el conferencista estadounidense. Qiswini es el representante local de Muqtada Sadr, el clérigo de 30 años de edad que emite edictos desde una barriada chiíta en el noreste de Bagdad y es hijo de un ayatola asesinado por órdenes de Saddam en 1999.

Sadr se ha opuesto de manera desafiante a la ocupación estadounidense, y se ha dedicado a la política callejera que enfatiza la demanda de una rápida transición a un gobierno elegido, lo cual en un Irak con una mayoría chiíta del 60 por ciento significaría, con certeza, el fin del régimen de la minoría sunita que ha gobernado desde 1921. Brevemente, en el otoño, Sadr declaró que su movimiento era el gobierno correcto, sugiriendo que él, al menos, no es un estudiante ardiente de las sutilezas de las constitución y los derechos de las minorías.

Encontrar formas de mitigar los efectos de entregar Irak a un gobierno dominado por chiítas que pudiera maltratar a los sunitas o simplemente dominarlos es el meollo del debate entre los estadounidenses y británicos que están trabajando en un cronograma para una constitución y elecciones.

En el núcleo, esto involucra mantener las promesas hechas antes de la invasión de que el centralismo tiránico sería reemplazado por un sistema federal, con una ley que protega a las minorías y otras características que den forma a una relación política funcional entre los rivales sunitas, chiítas y cristianos, así como entre árabes, curdos y asirios.

Nada como esto ha sido intentado nunca antes en Irak, y nada como esto, al menos en más que papel, ha sido visto en otras partes del mundo árabe. Sin embargo, los estadounidenses apuestan a que el legado final de Saddam será, de hecho, que las pesadillas del pasado lleven a los iraquíes por un camino de derechos individuales y grupales atrincherados, de una separación total entre iglesia y estado, de independencia para los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, y sobre todo, de tolerancia hacia las minorías. En otras palabras, el meollo de una sociedad civil como se entiende en Occidente.

La visión no es compartida por todos los estadounidenses aquí. Conforme luchan por tomarle sentido a los volátiles estados de ánimo aquí, algunos altos oficiales han bajado sus condiciones para una retirada estadounidense. Ahora, dicen, un gobierno pro estadounidense estable capaz de defenderse contra el derrocamiento por parte de los fieles a Saddam constituiría un éxito. Si escuchamos a algunos oficiales estadounidenses y a muchos iraquíes comunes, la necesidad del país es la de un hombre fuerte pro occidental del tipo que gobierna en muchos otros países árabes.

Mayfield, el conferencista en Hilla, tenía una visión más ambiciosa. En los huecos entre fallas de poder y un coro de imprecaciones a Alá, habló de sus epifanías. Dijo que había conocido a un niño de 12 años que le preguntó: «¿Esta democracia de que habla me dará empleo?» En una u otra forma, esa es la opinión de muchos iraquíes, impacientes de proceso político pero desesperados al punto de la rebelión por el trabajo, la electricidad, las escuelas y los hospitales que funcionan tan eficientemente como bajo el régimen de Saddam, y por la ley y el orden.

Pero Mayfield asumió una opinión optimista: «Considero que hace un año si este jovencito se hubiera puesto de pie y hecho una pregunta de ese tipo a Saddam Hussein, habría sido muerto a tiros. Y cuando los vecinos de este muchacho empezaron a aplaudir, lo tomé como evidencia de que la gente de Irak quiere democracia».

El conferencista, sin embargo, se topó con un muro de piedra cuando trató de explicar la importancia de la separación de poderes. «Esa es la razón de que una constitución sea tan importante, de manera que no puedan quitarle a alguien su propiedad, no puedan encarcelarlo, no puedan obligarlo a ser torturado, porque los tribunales son controlados por el gobierno», dijo. El intérprete, en otras cosas con un inglés fluido, se confundió con el concepto de un gobierno dividido, e hizo varios inicios en falso en su intento de transmitir la idea antes de renunciar.

Por otro lado, la reacción de la clase fue cortés, pero difícilmente entusiasta. Algo más cercano al fondo del asunto surgió cuando se les preguntó si no era presuntuoso enseñar principios políticos básicos a los ciudadanos de un país largo tiempo elogiado como la cuna de la civilización. Varios hombres dijeron que Mayfield no había dicho nada nuevo a los iraquíes, porque todo estaba escrito en el Corán de cualquier manera. Saddam Hussein, como líderes iraquí durante siglos, dijeron era una aberración de los principios del Corán, pero eso no significaba que el islamismo fuera defectuoso, sólo que no había sido aplicado adecuadamente desde que los califas gobernaron en Bagdad hace casi mil años.

Para los viajeros en el mundo musulmán, este argumento, aunque atractivo, es poco convincente. Las posibilidades democráticas en el Corán son más intensamente estudiadas en los centros de estudio islámicos en Europa y Estados Unidos, no en los muchos estados árabes donde la propagación de las ideas democráticas puede conducir rápidamente a prisión. Si Irak puede probar ser la excepción, contra todas las probabilidades, la empresa estadounidense aquí aún podría ser el hito que sus simpatizantes han esperado que sea.

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