México.- Mientras una parte de Latinoamérica vira hacia la derecha, México invistió hoy a su primer presidente izquierdista en décadas, Andrés Manuel López Obrador, con la promesa de grandes cambios para acabar con la corrupción y la impunidad.
“Nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes”, dijo López Obrador en su discurso de toma de posesión como presidente que constituye una ruptura total del régimen político que ha dominado México.
Conocido popularmente por las siglas AMLO, este viejo conocido de la política mexicana, nacido en un humilde pueblo del estado de Tabasco el 13 de noviembre de 1953, cumplió su sueño de a llegar la Presidencia tras perder en 2006 y en 2012 entre acusaciones de fraude electoral.
Nieto de un militante comunista español, la carrera política de López Obrador comenzó en 1977 en el entonces dominante PRI, formación que abandonó una década después para sumarse al izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD), con el que se convirtió en alcalde de Ciudad de México.
Su abuelo era originario de Ampuero, un municipio de la comunidad autónoma de Cantabria, que hace y año y medio recorrió junto al presidente de esa comunidad autónoma española, Miguel Ángel Revilla, con quien ha forjado una estrecha amistad.
En Ampuerto visitó al antiguo cuartel en el que ejerció su bisabuelo y nació su abuelo, José Obrador Revuelta. Tremendamente popular y comprometido con la causa de los pobres y desposeídos, López Obrador desgranó hoy una larga lista de promesas electorales de un costo no especificado, al tiempo que se comprometió a lugar contra la corrupción y la impunidad sin aumentar la deuda publica del país.
“A partir de ahora se llevará a cabo una transformación pacífica y ordenada, pero al mismo tiempo profunda y radical, porque se acabará con la corrupción y la impunidad que impiden el renacimiento de México”, subrayó.
El líder izquierdista -que asegura que conducirá al país a la “cuarta transformación” tras la independencia, las reformas liberales del siglo XIX y la Revolución mexicana- reiteró que quiere convertir “la honestidad y la fraternidad en forma de vida».
Los largos cinco meses de transición de poderes desde que arrasó en los comicios de julio han dejado entrever un López Obrador mas cauto entre su ambiciosa promesa de “cambiar el régimen” de corrupción, impunidad y violencia, y el pragmatismo que comporta liderar la segunda economía latinoamericana.
Consciente de los temores que despierta entre la elite mexicana, el izquierdista optó tras su victoria por moderar su discurso económico y mantener buena sintonía con el presidente saliente, Enrique Peña Nieto. La larga transición también ha sacado a relucir lo que será su estilo de gobierno para los próximos seis años, marcado por la austeridad y el combate contra las medidas neoliberales para favorecer a los desfavorecidos.
Escudado en que “el pueblo no es tonto”, López Obrador ya ha sometido a consulta popular la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México y una serie de propuestas populares como la construcción del denominado Tren Maya y una nueva refinería de petróleo en el estado de Tabasco.
También anunció hoy que en dos años y medio se someterá a una consulta popular de revocación para que se decida si debe o no concluir su mandato de seis años que vencerá el 1 de diciembre de 2024.
Tan grandes son sus objetivos como difusas son las soluciones que ofrece este líder caracterizado por un hablar pausado y un discurso saturado de ocurrentes eslóganes como “Abrazos, no balazos” o “Becarios sí, sicarios no».
Entre sus principales retos está el de enfrentar las enormes desigualdades que sufre México, donde la mitad de la población vive en la pobreza, y combatir los insufribles datos de violencia tras haber registrado el año pasado más de 30.000 homicidios, el peor dato en dos décadas.
Aunque siempre ha defendido un enfoque pacifista para abordar la violencia del narcotráfico y está estudiando despenalizar algunas drogas, ha decepcionado a muchos al anunciar que no retirará el Ejército de las calles, que desde la presidencia de Felipe Calderón (2006-2012) se encarga de tareas de seguridad pública entre acusaciones de violaciones a los derechos humanos.
Pero pocos dominan la simbología del poder tanto como López Obrador, quien, sabedor del hartazgo de los mexicanos hacia la corrupción, pretende “dar ejemplo” con toda una política de gestos que pasa por reducirse el sueldo, vender el avión presidencial y abandonar la residencia presidencial de Los Pinos porque él solo necesita “una hamaca” donde dormir.
Y ha dejado claro que su prioridad es la política interna, arreglar las cosas de casa, mientras que a nivel exterior será “amigo de todos los pueblos y Gobiernos del mundo”, también de los de Donald Trump y del de Nicolás Maduro.