Los “conde-duque de Olivares” nuestros

Los “conde-duque de Olivares” nuestros

Cuando el monstruo de la desesperanza me clava sus aterradores colmillos en el corazón y en el cerebro, busco en el recuerdo histórico “surcease of sorrow” (cese de pesadumbre) como pedía Edgar Allan Poe en su extraordinario poema “El Cuervo”. Entonces me voy a la historia y me aliento un poco con realidades de otros países en otros tiempos. No obstante no se apacigua la inquietud. ¿Cuánto más han de perdurar nuestros desórdenes nacionales? ¿Cuándo se operará aquí un proceso de limpieza y mejoramiento efectivo de la justicia social, de la aplicación de las leyes, de las sanciones y rígidos castigos a los delincuentes de alto nivel, esos que, de tan protegidos e invulnerables, pasean gozosos sus fortunas mal habidas?

Si pasamos la vista por los procesos históricos de todos los países, encontramos períodos iniciales e intermedios en los cuales la barbarie, cruda al principio, se modifica para perdurar sin cambios. Luego vienen transformaciones mejores (no por bondad humana sino por estrategias para conservar el poder).

Tomemos un ejemplo español,  que nos toca más y que según afirmaba uno de los refugiados españoles de los años cuarenta del pasado siglo, más que “madre patria” era “padre patria”, porque los conquistadores ibéricos embarazaron a cuanta indígena encontraron (“fermosa” o no).

El caso es que hemos tenido muchas cosas que se parecen: Desórdenes, guerras internas, apatías y… hasta un Generalísimo. La gran diferencia está en que el gallego Franco, contrariamente al sancristobalense Trujillo, preparó su sucesión y escogió y formó a su sucesor, un rey: Juan Carlos de Borbón, a la cabeza de una transformación inteligente tras su pacífica muerte.

Trujillo sabía que lo iban a matar y no intentó evitarlo. El hombre estaba acabado. Pero no preparó sucesión,  sabiendo que ni siquiera su hijo Ramfis podía darle continuidad al régimen. ¡Gracias a Dios!

Lo que vino después fue el despelote. ¡Que tentación… riquezas enormes y poder sin límites!

Donde quiero ir es a nuestra realidad: Desorden, indisciplina, impunidad.

Quiero creer que nuestro presidente, Leonel Fernández sigue en cierta medida aquello del rey Felipe IV de España en el siglo diecisiete, que depositó su confianza   en Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, quien le hizo enormes daños. Fernández ¿confía en la honradez de  colaboradores que –con una que otra excepción- manejan delincuencialmente su poder… sin castigos ni reprimendas?

No valen las denuncias.

En 1637 el rey Felipe IV de España, al desdoblar su servilleta encuentra un Memorial denunciando las malas acciones del conde-duque de Olivares… su hombre de confianza.  Narra las miserias del pueblo, los abusos de poder… habla de las mentiras: “Contra lo que vemos, quieran proponernos/ que son paraíso los mismos infiernos./ Las plumas compradas, a Dios jurarán/ que el palo es regalo y las piedras, pan”.

Pero el conde-duque era muy hábil y permaneció con poderes  por unos seis años (1643) hasta que la reina, consorte de Felipe IV, lo convenció de los grandes daños de este insaciable personaje, que murió en el destierro. Fernández, aquí, no parece escuchar consejos ni advertencias, pero reiteramos: 

Hay que abolir la impunidad criminal.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas