Los “recuerdos imborrables” del doctor Molina Morillo

Los “recuerdos imborrables” del doctor Molina Morillo

        Entre los recuerdos imborrables míos está la primera vez que saludé al doctor Rafael Molina Morillo. Era a principios de los ’70 e iba caminando junto a mi mamá por una acera de la calle El Conde, que no era peatonal. De frente venía un señor con un bigote parecido al de Dalí cuya cara se iluminó al acercarse y confundirse en un abrazo con mi madre.

         “¡Venecia, cuántos años!”, dijo él. Conversaron animadamente unos pocos minutos preguntándose recíprocamente por amigos comunes y fui presentado al caballero del bigote, quien se interesó al saber que éramos “colegas” pues para esa época él era director y propietario de la revista “¡Ahora!” y del vespertino “El Nacional” mientras yo tenía una hoja mimeografiada pretenciosamente llamada “El Eco” cuyos suscriptores eran mis padres, algunos vecinos y mis tíos.

         Este miércoles me agradó sobremanera asistir a la presentación del libro “Mis recuerdos imborrables”, unas sabrosas memorias periodísticas de este gran periodista, pionero editorial y legendario Ave Fénix, pues como él mismo relata ha saboreado con igual intensidad las mieles de sus triunfos como la hiel de una mala racha felizmente superada.

         El doctor Molina Morillo es a mi juicio un paradigma del periodismo dominicano. Inició su carrera bajo la dictadura de Trujillo y salió de ella sin mancillarse ni caer en las abyecciones que marcaron la vida de otros más débiles. En una época en la que apoyar la legalidad constitucional acarreaba peligros mortales, padeció atentados con bombas, el asesinato de empleados y el martirologio de Orlando Martínez. Logró enorme éxito financiero al vender sus medios para dedicarse por segunda vez a la diplomacia y tras fracasar en los negocios volvió a comenzar como periodista empleado por el Listín Diario.

         Allí sentó cátedra de dignidad. Para quienes pudimos observar de cerca el proceso que él narra con una elegante caballerosidad propia de los espíritus superiores, su libro es un monumento al deber del periodista con su consciencia y con el público. Como puede leerse en detalle, don Rafaelito no traicionó a una ni otro.

         Me alegra muchísimo que, en plenas facultades mentales y espirituales, Rafael Molina Morillo regale a los dominicanos sus “Recuerdos imborrables”. Constituyen una cátedra no sólo de buen periodismo, sino de buen vivir, como hijo, hermano, esposo y padre ejemplar. Difícilmente se es mal periodista siendo excelente ciudadano.

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