Hace unos días regresé de Buenos Aires, Argentina, de un viaje científico en nuestra condición de presidente el Club de la Epilepsia. Asistimos junto a una nutrida comisión de colegas neurólogos al Congreso Latinoamericano de la especialidad, en el hotel Hilton, en Puerto Madero, de la ciudad porteña, por la gentileza que deseamos agradecer púbicamente de los Laboratorios Dres. Mallén Guerra. Allí también formalizamos acuerdos con el Instituto de Neurociencias Argentino y la Universidad Favaloro de Buenos Aires, convenios que de seguro serán de gran provecho para el país.
Pero como siempre hago, aprovecho mis viajes para dilectar un poco fuera de la medicina y el cerebro y más en esa ciudad tan “europea” y bella, con unas brisitas estilo Jarabacoa, caminamos sus calles entre alcornoques y jazmines. Una ciudad donde hay tantas librerías como colmadones en nuestra capital, es muy fácil el embelesarse ante tantas novedades editoriales y agradecer al Supremo Hacedor la bienaventuranza de tener uno un poco de intelecto y quisiéramos poder comprar todos los libros de nuestro interés para compartirlos con ustedes mis lectores y que en esa, nuestra mutua comunicación, mane como un manantial del amor más puro un gratificante “conversatorio”, sin las miserias del egoísmo intelectual, sólo con el simple propósito de recoger lo que recibo cada día de mis amables lectores: júbilos y lealtades.
Pero estamos “conversando” de unos 50 años, los de la niña Mafalda, esa enemiga de las sopas, admiradora de los Beatles y que siempre ha soñado con la paz del mundo y la igualdad entre los humanos. Volvimos a verla, en la calle Montserrat con Baile, hay un banco con su figura a pocos pasos de donde vivió Joaquín Salvador Lavado, “Quino”, el dibujante argentino, inteligente y crítico que le dio vida el 29 de septiembre de 1964. En el 2010 se inauguró el simpático monumento a la rebelde niña de 6 años, coincidencialmente estaba yo en Buenos Aires en el Congreso Mundial de Fibromialgia.
Hace unos días acompañado de mi dama y del Dr. Miguel Ángel Grullón, de UCB, nuevamente la saludamos junto a sus fraternos: Susanita, Felipe, Manolito y Miguelito. Nos tomamos las fotos obligatorias y reflexioné (nunca dejamos el niño que llevamos dentro) de cómo la conocí: mi padre un gardeliano fervoroso era un argentinófilo, de hecho gran parte de su biblioteca está llena de libros de editoras argentinas, fue quien me la presentó. A esa niña morena de vestido rojo, contestataria, rebelde, mordaz, inquisitiva y muy inteligente. Volver al más antiguo barrio de Buenos Aires, a San Telmo, es “verla” en la farmacia Suiza de la esquina, hablando con el boticario de la existencia del bien y el mal, o en el colmadito del barrio negociando complejos tratados de paz mundial con el vendedor de frutas.
Hoy sería Mafalda una hermosa porteñita, una dama de 50 septiembres, con gran cuidado de su piel y su figura como de guitarra, con ojos negros, gran melena fuliginosa, enfundada en unos pantalones de piel y unas botas como toda lo que es, una encantadora y bella argentina. Pero quiero que sea Mario Benedetti, que le diga cosas bellas a la porteñita en su cumpleaños: “Como Siempre” –Aunque hoy cumplas trescientos treinta y seis meses la matusalénica edad no se te nota cuando en el instante en que vencen los crueles entrás a averiguar la alegría del mundo y mucho menos todavía se te nota cuando volás gaviotamente sobre las fobias o desarbolás los nudosos rencores… de todos modos para vos no es novedad, que el mundo y yo te queremos de veras, pero yo siempre un poquito más que el mundo-.