Los 500 años de los Perros de Dios, los domini-canis

Los 500 años de los Perros de Dios, los domini-canis

Ninguna mejor ocasión para hablar de los dominicos o dominicanos, los Perros (canis) de Dios (dominus). El nombre de la congregación se debe a Santo Domingo de Guzmán Garcés, cuyo nombre, Domingo, deriva del latín  “dommo”, que  “pertenece a Dios”.

Y qué buen honor tomar nombre, para nuestra ciudad primada, como también para nuestra nación y nuestras gentes, de estos perros pastores de la Fe. El próximo domingo, se cumplen cinco siglos, días más, días menos, de que en el Convento de los Dominicos, Fray Antón de Montesino les cantó las verdades cristianas a los dueños del país, el Gobernador  y toda la corte colonial, y los ricos encomenderos que para 1511 ya exterminaban con maltrato y trabajos forzados a los pocos nativos que aún no habían muerto de las muchas enfermedades traídas por  antepasados nuestros.

La audaz, desafiante y temeraria homilía de aquel primer domingo de Navidad, natividad, adviento  o advenimiento, fue el momento elegido por los dominicos para recordarle a toda la colonia de europeos residentes, cuál era el compromiso de todo creyente, de bautizar, evangelizar, y tratar justa y amorosamente a sus prójimos aborígenes, la raza más acogedora y dulce de que tiene memoria la historia universal, los tainos. Por demás, mandato expreso de la reina Isabela, La Católica, soberana de los territorios encontrados por Cristóbal Colón. 

Apenas en 1492, la corona española, unida en Castilla y Aragón, había, en un mismo año, concretado la unificación de España, política y territorialmente, echado fuera a los últimos moros, con la rendición de Granada, y desterrado a los judíos del suelo español; y logrose además la increíble hazaña del Descubrimiento.

Pocos años antes, La Iglesia (que sólo era una), unió su cruzada contra infieles y herejes con los intereses políticos de los reinos encabezados por los reyes de España.

Con una brutalidad y una ambición de poder y riqueza que desnaturalizó casi toda buena intención de evangelizar y convertir a moros y judíos al cristianismo. Infortunio que se prolongó con igual impiedad en América, convirtiendo, “con la espada como argumento, a los nativos vivos, en cristianos muertos” (Neruda).

Todavía es difícil empatar las torturas de la Inquisición y los abusos contra los indios, con la misión apostólica de un pueblo que se llama a sí mismo cristiano. Como tampoco “cuadran”,  500 años después, la corrupción y el abuso contra tantos pobres excluidos, mujeres, niños y extranjeros, con la indiferencia de los cristianos “domini-canos”: ¿Creyentes de qué? ¿Perros guardianes de la Fe o de la Corrupción? Seguramente víctimas de nuestra propia ignorancia, porque acaso la verdad de Cristo aún no nos ha llegado al corazón. En estos días que celebramos la llegada de nuestro Señor (¿será eso lo que celebramos?) merecemos una reprimenda de adviento posiblemente mayor que aquella de Montesino y los frailes dominicanos, a los tales colonizadores sin alma.

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