Los 80 años de Fidel: confidencias

Los 80 años de Fidel: confidencias

LEONARDO BOFF
Lo que voy publicar aquí va a irritar o a escandalizar a aquellos a quienes no les gusta Cuba o Fidel Castro. Eso no me preocupa. Si no ves el brillo de la estrella en la noche oscura, la culpa no es de la estrella sino tuya. En 1985 el entonces cardenal Joseph Ratzinger me sometió, por causa del libro Iglesia: carisma y poder, a un «silencio obsequioso». Acogí la sentencia, dejé de enseñar, de escribir y de hablar en público. Meses después fui sorprendido con una invitación del Comandante Fidel Castro, pidiéndome pasar 15 días con él en la Isla, durante sus vacaciones. Acepté inmediatamente pues veía la oportunidad de retomar diálogos críticos que junto con fray Betto habíamos entablado varias veces anteriormente.

Puse rumbo a Cuba. Me presenté al Comandante. Él, delante de mí, telefoneó inmediatamente al Nuncio Apostólico con el que mantenía relaciones cordiales y le dijo: «Eminencia, está aquí fray Boff; va ser mi huésped durante 15 días. Como soy disciplinado, no permitiré que hable con nadie ni dé entrevistas, así observará lo que el Vaticano quiere de él: silencio obsequioso. Velaré para que se respete. Y así fue.

Durante 15 días, ya fuera en carro, en avión o en barco me mostró toda la Isla. Simultáneamente al viaje corría la conversación, con la mayor libertad, sobre mil asuntos de política, de religión, de ciencia, de marxismo, de revolución y también críticas sobre el déficit de democracia.

Las noches se dedicaban a una larga cena, seguida de conversas serias que a solían llegar hasta bien entrada la madrugada. A veces hasta las 6 de la mañana. Entonces se levantaba, se estiraba un poco, y decía: «ahora voy a nadar unos 40 minutos y después voy a trabajar». Yo iba a anotar lo conversado y después, a dormir.

Algunos puntos de aquella convivencia me parecen relevantes. Primero, la persona de Fidel. Es más grande que la Isla. Su marxismo es ético más que político: ¿cómo hacer justicia a los pobres? Después, su buen conocimiento de la teología de la liberación. Había leído una montaña de libros, todos anotados con listas de términos y de dudas que aclaraba conmigo. Llegué a decirle: «si el Cardenal Ratzinger entendiese la mitad de lo que entiende usted sobre teología de la liberación, bien diferente sería mi destino personal y el futuro de esta teología». Y en ese contexto confesó: «Cada vez me convenzo más de que ninguna revolución latinoamericana será verdadera, popular y triunfante si no incorpora el elemento religioso». Tal vez por causa de esta convicción prácticamente nos obligó, a fray Betto y a mí, a dar cursos sucesivos de religión y de cristianismo a todo el segundo escalón del Gobierno y, en algunos momentos, con todos los ministros presentes. Esos verdaderos cursos fueron decisivos para que el Gobierno llegase a un diálogo y a una cierta «reconciliación» con la Iglesia Católica y demás religiones en Cuba.

Para terminar, una confesión suya: «Estuve interno en los jesuitas varios años; me dieron disciplina pero no me enseñaron a pensar. En la cárcel, leyendo a Marx, aprendí a pensar. Por causa de la presión estadounidense tuve que acercarme a la Unión Soviética, pero si hubiese tenido en aquel tiempo una teología de la liberación, seguramente la habría abrazado y aplicado en Cuba». Y remató: «Si un día vuelvo a la fe de mi infancia, volveré de la mano de fray Betto y de fray Boff». Llegamos a momentos de tanta sintonía que sólo nos faltaba rezar juntos el Padrenuestro.

Yo había escrito 4 gruesos cuadernos sobre nuestros diálogos, pero en Río asaltaron mi carro y se llevaron todo. El libro imaginado jamás podrá ser escrito, pero guardo en mi memoria una experiencia inolvidable de un Jefe de Estado preocupado por la dignidad y el futuro de los pobres.

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