Los aprietos de un hombre obstinado

<p>Los aprietos de un hombre obstinado</p>

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Lidia, qué le echaste al sopón que le serviste a Ladislao? Está malísimo en el hotel; tiene diarreas; no ha podido levantarse; me recibió con cara de quien ha ido a la guerra. Ya tomaron las muestras para hacer exámenes de laboratorio. Es disentería. Lidia, un hombre tan blanco no puede comer frutas mocatas ni jugos fermentados.

 ¿Te dio el babalao algún brebaje para enamorar a Ladislao? – ¡Por Dios, Azuceno, y tu crees que una hembra como yo necesita potingues para que un hombre la quiera! Ay, no, dejate de eso. Yo te conté a ti como fue que Ladislao se metió en amores conmigo. El único que lo sabe eres tú. Me atreví a contártelo a pesar de que eres un lengualarga. Yo te juro que no llegué a ir donde el babalao. Se lo había dicho a Ladislao; quería protegerlo de los peligros que le acechan en la vida; pero no buscaba dejarlo amarrado conmigo. Tenía pensado ir a la casa de Cuca, en el barrio de La Víbora, a consultar con Lázaro Cuestán. Estaba lloviendo tanto ayer y hoy que preferí quedarme aquí cosiendo y no mojarme y enlodar la bicicleta. En realidad deseaba ir acompañada de Ladislao para que así conociera la calzada 10 de Octubre. Nunca en la vida haría nada que hiciera daño a ese húngaro de cara cuadrada. Sabes, Azuceno, yo lo quiero mucho.

Lidia se sentó en la mecedora, sacó del bolsillo de la bata unas tijeritas de manicura, levantó una pierna y apoyó el talón en el borde de la pajilla para mirarse los dedos de los pies. Al hacer este movimiento dejó ver el muslo entero y hasta la ropa interior. – La verdad, Lidia, es que Dios te ha dado unas piernas y un cuerpo de rumbera del Tropicana, comentó Azuceno con regocijo. – Siéntate en el sofá y no mires para acá, solo quiero cortarme una uña del dedo gordo que me molesta. Lidia recogió la bata para taparse y entonces el otro muslo quedó al descubierto. – En este barrio las mujeres deben sentir envidia al verte salir a trabajar. Todo te queda bien: los pantalones, las faldas, los vestidos; eres costurera y la ropa te ajusta y embona de maravilla. ¿No te cela el húngaro? ¡Dime la verdad! – No te metas en lo que no debe importarte, Azuceno. Yo sé que le gusto un montón a Ladislao; cualquier mujer sabe enseguida si el hombre que tiene al lado está complacido y feliz. El problema es que Ladislao, a veces, se queda ensimismado, como si estuviera en el más allá. Voy a preguntarle a Lázaro Cuestán si es que otra mujer pretende quitarme a Ladislao y eso lo pone bobo.

– Dicen en mi pueblo, Lidia, que quien no cela no ama. Pero no he visto ningún europeo, de los que visitan la Unidad, que le haya dado un garrotazo a una mujer en un arranque de celos. Viven siempre serenos y controlados. He oído decir que los comunistas húngaros son gente muy sufrida. – Bueno, habrán sufrido durante la guerra; pero ahora no sufren nada. Por más comunistas que sean no creo que lo sean en la cama. La mujer de cada uno es la de cada uno. Cuando Ladislao habla de sus padres se le aguan los ojos. Entonces yo, Lidia Portuondo, lo trato con más dulzura que de costumbre. Ya tú sabes, Azuceno. – Dejemos esta conversación para otro día, Lidia. Hay que llevarle a Ladislao agua hervida, jugo de naranjas, pan tostado, galletas de soda. ¿Qué piensas tú? – Yo no debo ir al hotel. Ve tu solo con una jaba que tenga todo eso y unos limones dulces. Sería muy bueno que él venga aquí a descansar cuando se sienta un poco mejor. Yo lo atendería hasta que se reponga. Y así los vecinos se acostumbrarán a su presencia en la casa. Hablaré por teléfono con él para proponérselo yo misma.

– ¿De dónde traerás comida para Ladislao? Tu no puedes cocinar todos los días, Lidia; el trabajo es el trabajo; hay que cumplir con el horario. – O la compramos en la cafetería o en el paladar de Rogelia; total, será cuestión de pocos días. Una semana a lo sumo. Azuceno, es que quiero ser también su enfermera. No me conformo con eso de que esté abandonado en una habitación de hotel. Otra cosa importante es hablar con el archivero Medialibra para que sepa que si Ladislao no va a la Unidad es por enfermedad y no porque ha viajado al interior sin autorización. No deben armarse líos en el aire, ni investigaciones inútiles. Aquí le pondremos buena música, tendrá el periódico temprano y comerá dulces en almíbar cuando pueda hacerlo. Tú le conseguirás los papeles que necesite de la Unidad. ¡Coge la bicicleta y pedales con ella! Ladislao tocó con la mano izquierda su libreta de notas para revisar lo que había escrito unas horas antes. No tenía fiebre pero sentía la cabeza vacía. La costumbre de trabajar lo impulsaba a abrir la libreta y empezó a leer, sin muchas ganas: La Habana, Cuba, diciembre, 1993. Se ha dicho mil veces que “el mismo calor que endurece la arcilla ablanda la cera”. Unos hombres resisten las durezas de la vida con valor y entereza, en tanto que otros sucumben al primer encontronazo de la injusticia o de la adversidad. Es probable que las almas de esas dos clases de personas no emitan ondas de parecida longitud, ni tengan igual número de protones. No puede saberse a ciencia cierta si la “materia psíquica” tiene o no una estructura atómica. Sin embargo, la energía nerviosa que nos permite vivir podría ser una forma especial de radiación. Hay hombres que cuando no pueden correr hacia sus objetivos, continúan caminando paso entre paso; y si están impedidos de andar, siguen avanzando de rodillas, arrastrándose hacia la meta. Al final mueren, como muere todo el que nace; pero mueren satisfechos.
henriquezcaolo@hotmail.com

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