Los árboles de Roberto Salcedo

Los árboles de Roberto Salcedo

JOSÉ MANUEL GUZMÁN IBARRA
El árbol en toda su bondad nos da oxígeno, sombra y en algunos casos frutos, sin pedir nada a cambio. El que tumba un árbol se arriesga al escarnio y al juicio severo, sin absolución. Un árbol caído es una de las causas más «sexies» que pueden encontrarse hoy día. Uno se pregunta ¿Es toda tala un crimen de lesa naturaleza? ¿El plan Santo Domingo Verde es «arborizada» o lo contrario? ¿Estamos en nuestro país ante una verdadera conciencia medio ambiental o también en eso vamos saliendo apenas del infantilismo ecológico? ¿Todos los que protestan tienen un sentimiento verde?.

En estos días al síndico del Distrito Nacional ha estado en la palestra, algunos le han querido pasar juicio público como el «arboricida» más cruel, una especie de Jack el destripador de las acacias. Otros, más concientes de la ridiculez, lo han criticado desde bases un poco más sofisticadas, como la de exigirle el presupuesto del Plan Santo Domingo Verde.

Nunca como ahora los capitaleños hemos exigido tanto a un equipo municipal. La democracia no es cosa sencilla. La garantía de que cada ciudadano a título individual pueda establecer sus puntos de vista es un principio básico para una democracia. La transparencia y el rendimiento de cuentas, por su parte, son una consecuencia ineludible del derecho de los gobernados a estar bien informados y un deber del mandatario, en los niveles legislativos, legales o administrativos. Así, Roberto Salcedo tiene que armarse de paciencia y seguir, como ahora, haciendo sus mejores esfuerzos para explicar una y otra vez en qué consiste su plan.

La transparencia no debe ser la cuestión; pero la tarea del síndico, en términos de comunicación, es la más tediosa. Esto así porque mientras sus críticos pueden apelar a cualquier argumento (objetivo y subjetivo, real o imaginario, con doctorados o sin ellos) al Ayuntamiento le toca explicar cuantas veces sea oportuno la parte menos agradable, las razones técnicas.

Le toca repetir, aunque está a la vista de todos, que las palmas no serán más que el 7 por ciento de los árboles sustituidos y que estarán en lugares estratégicos para fines tanto ornamentales como de viabilidad pública. Le toca explicar que hasta la entrada en vigencia del Plan Santo Domingo Verde, los árboles se han sembrado en la ciudad sin ningún criterio y que esto ha significado pérdidas para la ciudad: sus aceras rotas por algunas raíces, pérdida de visibilidad de las señales de tránsito y pérdida de circulación cuando por cualquier ventarrón las ramas se convierten en un obstáculo para el libre tránsito.

Igualmente tiene que decir que todos los viveros, y no sólo uno, están participando de alguna forma en el plan, y dar explicaciones presupuestales. Decir y mostrar la documentación que demuestra que su plan de Santo Domingo Verde tiene varios años diseñado y discutido. No puede cansarse de decir que además de palmas, grigis y caobas, también se están sembrando otras especies nativas como el guayacán y el avellano criollo. Debe decir que se está deliberadamente evitando el monocultivo, para evitar los efectos de plagas y enfermedades que dejen sin árboles a la ciudad de Santo Domingo. Al tema de la sombra y el «peligro» de calentamiento, debe mostrar las especies y las vías en las que frondosos árboles criollos han sido seleccionados.

El síndico no tiene un árbol al cuál amarrarse, lo cual sin dudas le quita el sensacionalismo del que gozan sus activos críticos. Tiene, eso sí, un buen plan, realizado por buenos técnicos que tendrá a la vista, en un tiempo relativamente corto, buenos resultados. Si evita la distracción podrá resistir la embestida de origen diverso, pero especialmente la política, la que no le perdona haber conquistado electoralmente el Distrito Nacional.

En el fondo, sacando a algunos bien intencionados con criterios ecológicos infantiles, la crítica busca minar la plaza política. ¿La prueba? Las primeras planas del Hoy dando cuenta de la deforestación de caobales en las montañas. ¿El resultado? Ninguno de los que protestan por el calentamiento global en el ADN se ha hecho eco. La protesta urbana es más cómoda, las sombras de las viejas y nuevas plantas evitan incomodidades, y además es más rentable políticamente.

Si Roberto Salcedo maneja el tema con persistencia, y esto es importante, bajo las sombras de las especies nativas, seguirá provocando la envidia de sus adversarios y los resultados electorales seguirán favoreciendo al equipo del síndico. Paciencia, los árboles enseñan esta actitud.

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