Los árboles deshojados y desolados de JUAN CARLOS REYES

Los árboles deshojados y desolados de JUAN CARLOS REYES

Felizmente, la pintura sobrevive a sus detractores o a los pesimistas resignados ante el ascenso de la imagen digital. Compartimos la opinión de Abil Peralta, defensor de una cierta tradición en el arte contemporáneo y curador de la muestra de Juan Carlos Reyes, cuando él se alegra de que ese joven artista sea “pintor-pintor”, agregando  que “bajo los principios de esa conducta, ética y moral creativa, su futuro está pactado”.

 Y ciertamente esta exposición de pinturas, muy bien dispuestas en las dos salas de la Galería de Arte de la Embajada de Francia, a nivel de la calle, suscita una reacción de alegría.

Es también la oportunidad de felicitar a María del Carmen Ossaye por estimular y cobijar en Umbrales, a un grupo de talentos emergentes, a la vez decididos y disciplinados, al que pertenece Juan Carlos Reyes. Este artista, procedente de Santiago, egresado de Altos de Chavón y premiado por sus afiches, presenta, luego de varias colectivas, su primera individual en Santo Domingo, con mucha seriedad y coherencia.

La exposición. El concepto de paisajismo ha cambiado. El pintor, que observa la naturaleza, es atraído por la vegetación exuberante así como por la aridez y las plantas de la sequía, transmutando esos espectáculos con su visión personal. En esas interpretaciones, él funde la realidad con su estilo –sino con sus angustias– y frecuentemente la dota de connotaciones conceptuales, vinculadas a la vida y la muerte. Un ensayista latinoamericano decía: “La dimensión espacial recogida en el árbol es paisaje y naturaleza, siempre con la identidad propia de un sentido de vida. El árbol, como instrumento de la propia creación, recoge en su interior el alma humana”. Así sucede con la arboleda pictórica de Juan Carlos Reyes y su “Análisis de la naturaleza humana”.

El título enigmático de la exposición no deja de sorprender, pues del hombre no hay rastro en este extraño paisajismo, con excepción de pocos objetos cotidianos. Sin embargo, Juan Carlos Reyes asegura que, detrás de cada uno de los cuadros se encuentra, metafóricamente, un personaje cuya historia le ha inspirado esa metamorfosis vegetal, advirtiendo que los bosques van a desaparecer…

Ahora bien, la pintura “regenera” a espacios asfixiantes por su aridez, a esos ramales que parecen resecados por el sol, el calor, el viento, cuales siluetas y  esqueletos vegetalizados, otrora criaturas vivas… La atmósfera –palabra que preferimos a los fondos–, con sus gamas luminosas y tonalidades lumínicas aun, contrasta con las ramas de matices ensordecidos y prácticamente restringidos a los grises, cual la dramática arquitectura de una sequía inexorable. Trípticos y lienzos de una sola pieza comparten esa característica ambiental.

Aunque la parte cromática sea indisociable de la seducción de la obra, Juan Carlos Reyes teje una red singular de ramales en cada lienzo, y se le siente el gusto por dibujar con una precisión implacable.

Dentro de una construcción que se explaya en el soporte, roturas y continuidades de ritmos quebrados y cadencias percutantes, son a la vez parecidos y distintos. La línea, subyacente debajo de las capas de pigmento, diseña en todos los sentidos– vertical, horizontal, oblicuo, elíptico– y esquematiza esas barrocas estructuras vegetales.

La frase

Abil Peralta Agüero

Una criticidad iconográfica enfocada como disparo certero hacia la catástrofe de orden global que representa el problema de la ecología, el medio ambiente y su secuela más grave, el calentamiento global”.

Laberinto inextricable

Cada árbol se convierte en un laberinto inextricable, donde no se plantea la salida.

En estos “entramados” de madera, las hojas han  desaparecido… e, insólitamente crecen, indecisas y raquíticas, en alambres de púas. Otras plantas lucen todavía frondosas, pero una fractura o la pérdida del color amenaza la supervivencia. De repente, una taza deja escapar vapores humeantes, que se vuelven, plano tras plano, en los ramales de siempre. Es sobre todo la intervención de objetos imprevisibles,  que hace considerar a Juan Carlos Reyes como artista surrealista. Habrá que esperar para confirmar esa calificación, y por el momento preferimos su naturalismo especial a los tímidos toques surreales añadidos.

Se ha recriminado a Juan Carlos Reyes su apropiación de los árboles y los bosques del magistral pintor dominicano  residente en París, José García Cordero. Es un parentesco innegable, pero los jóvenes suelen escoger a un padrino artístico, algo más positivo que reprochable, sobre todo cuando lo hacen abiertamente… como Juan Carlos Reyes. El futuro precisará su vocación estética y ciertamente definirá una independencia de estilo. Mientras tanto, la obra de este casi novel pintor santiaguero amerita interés y seguimiento, convence por su pulcritud, sensibiliza por una expresión ecológica, asociada con los valores (meta)físicos de la vida y la muerte. Mucho complace que la Galería de la calle Las Damas haya dado cabida a un artista esperanzador, emotivo e inmerso en las desventuras de la naturaleza.

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