Los argentinos no han podido comprender el indudable ascenso económico de Brasil

Los argentinos no han podido comprender el indudable ascenso económico de Brasil

RIO DE JANEIRO.
 NY TIMES.
A principios del siglo pasado, Argentina era uno de los diez países más ricos del mundo. Su legendaria carne y otras exportaciones agrícolas estaban construyendo una economía industrial. En 1928 tenía más autos que Francia y más líneas telefónicas que Japón. Se estaba haciendo realidad el sueño de sus fundadores españoles: transformar una tierra agreste confinada cerca del fondo del mundo en un gran país de cultura y educación europeas, habitado por personas de piel blanca.

   Pero esos tiempos ya están en un pasado muy lejano. Como señala el escritor argentino Tomás Eloy Martínez en «Réquiem por un país perdido», una nación otrora obsesionada por su «grandeza» está «obsesionada por el miedo a ser arrojada a la irrelevancia». Martínez escribió esas palabras en 1993, antes de la demoledora crisis económica de fines de 2001. Como consecuencia de ésta surgieron barriadas llenas de crimen y la divisa del país perdió dos terceras partes de su valor. Ahora hay mendigos en las calles de Buenos Aires y los barrios opulentos son presa de ladrones y drogadictos.

   Para muchos argentinos orgullosos, lo más difícil de aceptar ha sido el inexorable ascenso de su vecino y rival eterno, Brasil.

   Ese ascenso, que se ha estado operando desde hace decenios, quedó en claro relieve con el descubrimiento de un enorme yacimiento petrolero frente a las costas de Brasil, realizado el año pasado, seguido dos semanas después por el descubrimiento de gas natural, igualmente enorme.

   Y eso ha profundizado la sensación de nostalgia e introspección de Argentina. En el transcurso de dos generaciones, los argentinos reaccionaron al ascenso de Brasil primero con negativa, después con resignación y luego con respeto. Ahora, muchos parecen estar llegando al sentimiento más humilde de todos: el deseo de emular a la nación que antes consideraban que era menos que la propia.

   Brasil siempre ha sido visto desde Buenos Aires como un lugar salvaje, que se tardó en abolir la esclavitud y cuya fusión de vitalidad africana y latinoamericana no era rival para la homogenidad y la sofisticación europea de Argentina.

   En los últimos 50 años, Brasil, al igual que Argentina, ha sufrido por crisis económicas, dictaduras militares y corrupción política, hasta alcanzar una democracia estable. Pero también encontró la forma de desplazar a Argentina como potencia económica del continente. Y desde el anuncio del manto petrolero Tupi, en noviembre, la prensa de Buenos Aires no ha dejado de explayarse en lo avanzado que se encuentra Brasil.

   «¿Es posible emular todavía a Brasil?», se preguntaba el título de una columna de Mariano Grondona en La Nación.

   «Para la generación de nuestros padres era ofensivo que nos compararan con Brasil», escribió en diciembre. Incluso en los años sesenta, cuando la economía de Brasil crecía 10% al año, Argentina se consolaba con la idea de su elevado ingreso per cápita. Era cierto que la producción estaba a la par, pero la población de Brasil era tres veces más grande.

   Para los años setenta, agrega Grondona, el ascenso sostenido de Brasil era tomado tan en serio que le dio credibilidad a un golpe de estado en Argentina: una de las metas de los golpistas era mantener la paridad con Brasil a toda costa.

   Pero ahora, concluye el periodista, «mi generación ha visto, en cambio, que Brasil se nos ha separado».

Y su reacción es diferente. Eduardo Sigal, subsecretario argentino de integración, lo dice de este modo: «Hace veinte años nos hubiéramos sentido muy celosos. Hace diez, nos hubiera llamado la atención, pero hubiéramos reaccionado con un poco más de calma. Y ahora lo vemos como una gran posibilidad, pues nos consideramos socios.»

   Néstor Kirchner, entonces presidente de Argentina, incluso declaró en noviembre que su país podría aprender de Brasil. El descubrimiento de petróleo, dijo, «muestra los resultados de una política de inversiones seria».

   Parte del entusiasmo de Argentina por la cooperación surge de la acogedora postura que ha adoptado el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva. Poco después del anuncio de Tupi, él le pidió a Petrobras, la compañía petrolera nacional, que colaborara en la prospección de petróleo en aguas argentinas. Y el año pasado, Argentina y Brasil tuvieron un comercio mutuo por valor de 24,800 millones de dólares, una cifra sin precedentes.

   Los argentinos están conscientes de haber cometido errores en el pasado. Mientras ellos fijaban su peso con el dólar y privatizaban rápidamente las industrias en los años noventa, Brasil fue de los primeros en apostarle al etanol, combustible derivado de la caña de azúcar, creando un industria muy adecuada para estos tiempos de barriles de petróleo a 100 dólares.

   Y Brasil además se estaba convirtiendo en el exportador de carne de res más grande del mundo. En cambio, Argentina, que en los años sesenta controlaba el 24% de las exportaciones mundiales de carne, vio que sus reglas proteccionistas redujeron su participación a tan solo 4% para 2000, de acuerdo con Dante Sica, director de Abeceb.com, firma de consultoría económica en Buenos Aires.

   Entre tanto, los cambios discordantes tuvieron otro efecto: algunos miembros de las clases media y alta argentinas se enriquecieron, lo que les permitió viajar más a Brasil, al tiempo que la devaluación del peso argentino atraía a más brasileños a Argentina. Eso contribuyó a que creciera el respeto entre ambos países.

   En los últimos cinco años, Argentina en cierto modo se ha recuperado de su punto bajo del 2002, cuando más de la mitad de su población descendió por debajo del nivel de pobreza. Pero el 20% que vive ahora en la pobreza todavía está lejos del nivel de 1975, cuando era el 7%. El gobierno de Kirchner también se acercó a Venezuela, cuyo presidente, Hugo Chávez, le ofreció petróleo barato y adquirió 4,000 millones de dólares en bonos para ayudar a Argentina refinanciar su deuda.

   Pero existe la sensación de que ninguna nueva alianza impedirá que Argentina y Brasil estén entrelazados para siempre, y no sólo en lo económico. Por ejemplo, al parecer el presidente Lula tenía en mente su histórica rivalidad en futbol cuando anunció, en Ginebra, en octubre pasado, que Brasil sería la sede de la Copa Mundial de Futbol en 2014.

   Radiante, él bromeó diciendo que Brasil realizaría un evento tan bueno «que ni siquiera Argentina podría encontrarle fallas».

LAS FRASES

Mariano Grondona

¿Es posible emular todavía a Brasil?”.

Para la generación de nuestros padres era ofensivo que nos compararan con Brasil».

Mi generación ha visto que Brasil se nos ha separado”.

El ascenso sostenido de Brasil era tomado tan en serio que le dio credibilidad a un golpe de estado en Argentina: una de las metas de los golpistas era mantener la paridad con Brasil a toda costa”.

Néstor Kirchner

Mí país podría aprender de Brasil”.

ZOOM

Argentina se está recuperando

En los últimos cinco años, Argentina en cierto modo se ha recuperado de su punto bajo del 2002, cuando más de la mitad de su población descendió por debajo del nivel de pobreza. Pero el 20% que vive ahora en la pobreza todavía está lejos del nivel de 1975, cuando era el 7%.

Chávez ofreció petróleo

El gobierno de Kirchner también se acercó a Venezuela, cuyo presidente, Hugo Chávez, le ofreció petróleo barato y adquirió 4,000 millones de dólares en bonos para ayudar a Argentina refinanciar su deuda.

Naciones hermanas

 Pero existe la sensación de que ninguna nueva alianza impedirá que Argentina y Brasil estén entrelazados para siempre, y no sólo en lo económico.

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