Hubo una época en que los jóvenes y adultos de nuestra sociedad, respaldando nobles ideales, fuimos seducidos por el espíritu gregario, formando parte de numerosos clubes, sociedades, agrupaciones, cofradías y cooperativas. Los partidos políticos no eran la excepción, con simpatizantes que casi simultáneamente pasaban a ser militantes, con deberes específicos o tareas que no eran responsabilidad de los simpatizantes.
Ahora, la corrupción y charlatanería de dirigentes y/o autoridades ha hecho difícil para promotores de grupos lograr exitosas convocatorias de simpatizantes y más trabajoso aún, conseguir militantes, pues se han sumado otros asesinos de gregarismo y militancia cuyo poder sobrepasa la cantidad y calidad de los propósitos de las agrupaciones en ciernes:
Primero, el costo del transporte, pues los pasajes y gastos de gasolina plantean la interrogante sobre lo apropiado de gastar dinero en propósitos que luego son burlados; segundo, el riesgo de ser víctima de cualquier acto delincuencial en una sociedad arropada por el crimen; tercero, la comprobación de que se ha hecho costumbre que detrás de nobles ideales lo que realmente busque la mayoría sean beneficios particulares o lo suyo en el lenguaje clientelista de los partidos políticos; cuarto, sustracción de tiempo familiar que puede provocar fisuras en el entorno doméstico; quinto, sacrificio de la actividad productiva invirtiendo indirectamente en ideales que la mayoría menosprecia en un mundo esencialmente materialista y sexto la consecución de enemigos gratuitos que no comulgan con los propósitos de tu grupo, con posibles agresiones físicas o morales, como sería el caso si eres militante de una agrupación que lucha contra los apagones y aparece un funcionario sádico que ordena bajarte el switch PQNJ.