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El ateísmo nunca ha sido siquiera un movimiento social. Pero sí, un buen refugio contra la persecución, el asedio y discusiones sobre temas problemáticos. Y puesto que los ateos no suelen ser “políticamente incorrectos”, nadie suele perseguirlos. Al contrario, ser ateo o agnóstico suele ser a menudo una pose intelectual o cientista de cierto prestigio y donaire.
En muchos casos se trata más bien de un asunto práctico: de personas con conflictos ideacionales; o que simplemente ya tienen comprometida su moral con conductas condenadas por las religiones, y que desde posiciones racionales pueden incluso combatir prejuicios y argumentos religiosos.
Hay casos de intelectuales con vigencia actual, de buena estirpe académica, cuyo ateísmo probablemente tenga que ver con su declarada homosexualidad. Leí bastante los libros (¡caros!) de Yuval Noé Harari; cuya ficha biográfica indica que está formalmente casado con otro hombre (Google).
La investigación sobre esta celebridad podría revelar que probablemente ha padecido bulín, hostigamiento, desde temprana edad, que lo colocó en una posición de conflicto con principios religiosos de su propia etnia. Hecho a ser tomado como de justificada sospecha respecto a la “legitimidad” de su ateísmo.
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El ateísmo en personas de origen judío no se reduce a situaciones o razones prácticas de supervivencia, ni de entendible oportunismo. Desde Freud hasta Fromm, otros estudiosos se han hecho expertos en temas religiosos, y sobre Jesucristo; y en ello han encontrado bastante espacio de discusión, autodefensa y mercadeo. Aunque los religiosos han hecho otro tanto y aún mucho más.
También hay académicos, científicos verdaderamente brillantes que tuvieron, naturalmente, la feliz idea de declararse teológicamente agnósticos; cosa natural y honesta desde el punto de vista de las limitaciones del método empiricista de las ciencias naturales. Más aún, debido a las limitaciones de la lógica-matemática, cuyo objeto de estudio es ella misma, y no puede ocuparse de la realidad exterior, existencial. Son, obviamente, un auxiliar enormemente valioso de todo saber humano, pero con poquísima utilidad para el tema de la existencia de Dios.
Actualmente está en boga la posición de Albert Einstein, quien se adhiere al panteísmo de Baruch Espinoza; un judío holandés (1632-77), para quien Dios y la naturaleza son la misma cosa.
Una idea tan vieja como la humanidad consciente, presente en la transmigración espiritual (metempsicosis) anterior a Platón, parte de la filosofía yoga, muy difundida desde los escritos de Hermann Hesse y Parahamsa Yogananda sobre Buda Gautama, muy leídos a mediados del siglo pasado.
Según esta filosofía, Dios y la naturaleza son la misma cosa; Dios no es un ser aparte que tenga proyectos específicos acerca de la vida y de la humanidad.
Es interesante observar que, muy a menudo, el comportamiento panteísta, ateo o agnóstico, independientemente de sus bases objetivas o científicas, suele ir de la mano con el escapismo y la búsqueda de libertades medalaganarias de nuestros tiempos; donde también suelen ir juntos, no siempre reburujados, gentes serias con sinvergüenzas; sirviendo de sustento intelectual a tantos que no asumen ninguna responsabilidad por sus propias vidas, ni por los demás.