Circuló como tendencia en las redes sociales los besos que el artista Bad Bunny, intercambia con una bailarina y a un bailarín en la coreografía presentada en una premiación internacional, donde recibió el premio al “artista del año”, siendo el primer hispano en ganar este galardón.
Con este hecho, nuevamente, se sacude la sociedad, dejando en el anonimato lo que en principio parecía relevante: El galardón y el impacto de la música latina.
Hasta ahí todo parece simple espectáculo, pero eso cambia con la calificación de “noticia de interés” que ocupa espacios de primacía en algunos medios de comunicación, como si este recurso sexual, enfocado en alcanzar un alto impacto de marketing, fuese algo novedoso, algo espontáneo o natural del momento, obviando la audiencia su rol estratégico de posicionamiento a favor del artista que buscar ser tendencia a toda costa.
La reina del pop, Madonna, impuso como moda, ya desfasada a mi parecer, para escandalizar a su público movimientos y manoseos de corte sexual con sus bailarines en el escenario desde los años 90; recordando uno de los más famosos en el año 2003 el beso a Britney Spears (por cierto fue en la misma premiación) quien en aquel momento gozaba de una alta popularidad, a un punto tal, que desvaneció el beso a su compañera de tarima de aquella noche, Cristina Aguilera.
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Mientras continuemos generando el morbo y dando espacio a este tipo de actos, otorgando la tan anhelada atención negativa o positiva, los artistas continuarán superándose a sí mismos con actitudes llamativas y desafiantes, aún a sabiendas de que transmiten un mensaje distorsionado entre el ser y el avatar del ser.
Nuestro rol como padres, madres y sociedad no es callarlos o censúralos, los tiempos de “doña Zaida” ya culminaron.
La labor está en disminuir la valoración o juicios de valor y limitando el alcance, así como educar al pequeño receptor del contenido sobre el verdadero fin detrás de los “besos” de los conejos malvados.