Los bienes del pueblo

Los bienes del pueblo

DARÍO MELÉNDEZ
Cuando surgió el boom del petróleo, cuya principal explotación se originó en Estados Unidos, en el estado de Oklahoma (nombre indio), apareció petróleo en predios pertenecientes a propietarios nativos. Fue tal el desarrollo y la riqueza de esa región que muchos indios, poseedores de terrenos, cuyo suelo y subsuelo les pertenecía, disfrutaron la danza de los millones.

Un cherokee, muy vanidoso él, no se conformó con adquirir y disfrutar un espléndido y lujoso Packard o automóvil similar; buscó entre los dealers el vehículo que le pareció más lujoso y apropiado para su ostentosa personalidad, adquirió el vehículo que encontró mejor ataviado y, muy orondo, se paseaba en su carruaje fúnebre con columnas, borlas, cortinajes y demás atavíos.

Esto, según documental televisivo expuesto hace años, no exponía el documental si, en ocasiones, el indio hacia acicalar su vehículo con coronas de flores, como se estila hoy día.

La estabilidad social que caracteriza y mantiene monolíticamente consolidada la Unión Norteamericana radica en que allí la propiedad individual se respeta, el suelo y el subsuelo no son propiedad del Estado, como en Latinoamérica; tanto el suelo como el subsuelo y sus minerales pertenecen al propietario del predio.

En Bolivia, Ecuador, Venezuela y en toda Latinoamérica, donde impera el platonismo, que el sabio griego formuló en sus diálogos, contenidos en La República, o el Estado, consagrados luego en los hechos del Nuevo Testamento, el gobierno, que constituye la personería del Estado, es dueño del país, el territorio y todo lo que hay en él le pertenecen de pleno derecho; el Presidente de una república es el consabido patriarca que persiste en el subconsciente de cada individuo subdesarrollado; en el subdesarrollo, el poseedor de un predio no es dueño de su heredad, sólo usufructúa los productos del suelo por un permiso que el Estado le concede, sin derecho alguno a los minerales que se encuentren el subsuelo.

En ese sistema, los políticos, que arriban al poder se dan banquete con «los bienes del pueblo», los cuales defienden como un tabernáculo sagrado. Es la doctrina que rige el sistema jurídico-social en los países donde impera el catolicismo, doctrina que pone en manos y bajo responsabilidad del gobierno los bienes nacionales, para ser distribuidos platónicamente «como cada uno hubiera menester» (Hechos 2-44).

Los pueblos son susceptibles de ideas utópicas; el platonismo ha tenido una gran influencia en la conciencia mundial; cualquier demagogo surge y me impone como taumaturgo de nobles causas; cuando, por ley natural, van desapareciendo los demagogos en un país –como es nuestro caso– la población se siente huérfana, desamparada de la fortuna y, como el individuo no ha estado acostumbrado a asumir responsabilidades individuales, recurre al desorden colectivo. Es el triste caso de Bolivia y de toda Latinoamérica; nadie se percata que el problema lo ocasiona el proteccionismo estatal, ideología que no funciona y sólo trae discordia, intranquilidad y guerras fratricidas.

El indigente rehuye la responsabilidad individual, aboga por el comunismo para que todos los bienes sean nacionalizados y manejados por el Estado; mientras los políticos, felices y contentos, se matan por apoderarse del gobierno y administra todo lo que hay «para beneficio del pueblo».

No se toma en cuenta que el ser humano, como el indio cherokee, necesita disponer de sus bienes; adquirir, si quiere, un carruaje ostentoso y llamativo si así le gusta y complace, siempre que tenga la libertad y el derecho a disfrutar sus recursos sin que nadie le dicte lo que debe hacer con ellos.

Esa única y fundamental prerrogativa, ser dueño de sus propios bienes, es la única condición que necesitan los pueblos latinoamericanos para vivir en paz y concordia.

¿La tendrán?

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