Los bronces oxidados

Los bronces oxidados

Durante la pasada semana escribí seis notas en “A pleno pulmón”, todas acerca del Patrimonio Monumental de la Ciudad Colonial de Santo Domingo. Una de ellas, titulada “Campanario de verdad”, se refería a la iglesia de Las Mercedes, alrededor de la cual transcurrió mi primera infancia. Fue una grata sorpresa recibir un correo del doctor Fernando Batlle Pérez, cuyo texto comparto con mis lectores habituales. “Mi esposa Cristina y yo quedamos encantados con tu artículo “Campanario de verdad”… una manifestación de añoranzas, de vivencias de infancia y adolescencia, en aquellos tiempos de alboradas, serenatas, retretas dominicales, repiques de campanas y procesiones”.

Pero lo más importante del escrito del doctor Batlle Pérez es la información que ofrece sobre cada campana de esa iglesia. “Son tres las campanas mayores con otras laterales menores. De las mayores, la primera, “la gorda, más gorda que un fraile gordo” (extraordinario símil por exacto y gracioso a la vez), es la campana del Santísimo Sacramento, penosamente fisurada cuando la examiné de cerca, hace algunos años, metido en su recinto de palomas y la celosa vigilancia de abejas guardianas de unos panales allí cobijados; la del extremo opuesto, de mediano tamaño, es la de San José; y la del centro, la más pequeña, es la campana de Nuestra Señora de las Mercedes”.

Dicha campana, “marcada en bajo relieve con un epígrafe metálico en mayúsculas, dice: Campana del menfis. Esta es la campana del pesado acorazado USS Memphis, retirada del buque en su desmantelamiento temprano luego que en la tarde del 29 de agosto de 1916, en los inicios de la intervención norteamericana, un intempestivo y poderosísimo mar de leva lo atrapara anclado, sin energía suficiente, en el antepuerto de Santo Domingo”.

“Es vieja tradición naval que la campana de un buque recoja y represente el espíritu o el alma de su barco”… “quedó aquí porque fue entregada por el capitán de la nave, Eduard L. Beach, a los frailes franciscanos que desde 1909 regenteaban el templo”. Añade el doctor: si la campana hubiese regresado a su país, junto a los 43 marineros muertos, “estuviera nítida, pulida, brillante, pero silente y sin vida”. Protegerla del óxido, del excremento de palomas, es responsabilidad nuestra.

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