Hoy 
RAFAEL MOLINA MORILLO
Don Luis Alfredo Pujols Roa, lector de esta columna, me pide que lo diga, por si acaso las autoridades correspondientes todavía no lo saben: se han robado el machete del General Máximo Gómez.
Mejor dicho, a la estatua del libertador de Cuba, sita en la avenida que lleva su nombre, donde hace esquina con la avenida John F. Kennedy, le falta el machete. Ignoramos las causas que pueden haber motivado ese desarme, pero como por ahí no ha pasado un ciclón, nos preguntamos ¿quién habrá sido el desaprensivo?
Este suceso me hace recordar el robo, hace algunos años, de la tarja de bronce que cubría los restos de Alonso de Ojeda, el captor del cacique Canoabo. Me refiero a la lápida que estaba (¿o está todavía?) en el suelo a la entrada de las ruinas de San Francisco, cumpliéndose así la última voluntad del aguerrido capitán español de la conquista, que quiso que después de su muerte todo el mundo lo pisara.
También he oído decir (no puedo confirmarlo) que en el conjunto escultórico en homenaje a José Francisco Pena Gómez que está en la carretera de acceso al aeropuerto de Las Américas, alguien sustrajo la «caja de limpiabotas» del jovencito que, en bronce, simboliza a los pobres del país.
Ni hablar de los hurtos de letras, en las leyendas de identificación que se colocan en los pedestales de los bustos y demás monumentos nacionales: es algo que da pena.
¡Es desalentador comprobar cuánta indolencia e irrespeto campean en nuestra sociedad! Al paso que vamos, un buen día nos amanecerá con la noticia de que alguien robó los restos de Colón. Es lo único que nos falta.
Post Data: ¿Y dónde estará la estatua de Hipólito sobre un caballo alado que las Fuerzas Armadas le regalaron al entonces Presidente? Esa réplica moderna de Pegaso desapareció por completo!
