RAFAEL MOLINA MORILLO
Mis compueblanos veganos quizás no me lo perdonarán, pero no puedo quedarme callado mientras percibo que La Vega tiene cada vez menos motivos para distinguirse, como antes, por un elevado índice cultural.
La culta y olímpica ciudad de La Vega, solía decirse hasta hace pocos años, llenándonos de orgullo a los hijos de esa fértil y hermosa tierra. Lo de olímpica, por aquella legión de atletas que otrora impusieron récords legendarios en las diferentes disciplinas deportivas. Y lo de culta por sus inquietudes artísticas y literarias, desde la época de los Juegos Florales, en la que en cada familia alguien tocaba el violín, el piano o la flauta, o bien declamaba poesías o actuaba en una improvisada obra de teatro.
Hoy día lo digo sin renegar de mi veganidad- las cosas son diferentes. En lo cultural, por ejemplo, se puede observar un gran vacío. La Vega no cuenta, por ejemplo, con una sola sala de cine, en pleno Siglo XXI. Mucho menos con un escenario donde montar una pieza teatral. O donde presentar un concierto musical, un solista, un cuerpo de ballet. O un restaurante decente donde un orador pueda ofrecer una charla rodeado de las mínimas comodidades. O un hotel respetable adonde pasar la noche.
No seguiré rebuscando fallos en mi pueblo. Pero sí quiero consignar que no entiendo cómo, en un pueblo donde cada disfraz de diablo cojuelo tiene un costo de más de 60,000 pesos, y se confeccionan centenares de ellos, no aparecen los inversionistas necesarios para dotarlo de las estructuras elementales para impulsar la cultura.
Invito, pues, a los ricos y pudientes de La Vega a que formen un Patronato por la cultura, que sea capaz de desarrollar un programa para rescatar a nuestro pueblo del hoyo en que está metido. ¡¡Saldrá menos caro que una comparsa de carnaval!!