RAFAEL MOLINA MORILLO
Las pandillas de delincuentes ya están en las cárceles. Pero no en calidad de presos, como debería ser, sino como enviados especiales o representantes, para que en la prisión también se sienta su presencia, como se siente fuera de las rejas.

Bandas de malhechores, llamadas «Las Naciones», «Los Sangre», «Los Kings» y qué se yo de cuáles otras maneras, tienen sucursales en las principales prisiones, de tal manera que en ellas se reproducen las rivalidades que con tanta frecuencia terminan en tragedias con saldos de muertos, heridos y destrozos materials.

La revelación la hizo una fuente autorizada de la Policía Nacional, según informa la crónica periodística. La situación imperante en cinco cárceles principales es tan grave que obliga a las autoridades a tomar medidas enérgicas para lograr que la Policía «reasuma el control de esos recintos». En buena lógica, si se aspira a reasumir el control es porque no se tiene el control.

Para mí, esto es inconcebible. ¿Cómo es posible que la autoridad no pueda controlar cada cárcel? ¿Por qué no triplican la dotación de cada recinto carcelario, si fuere necesario? ¿Por qué no se cancelan deshonrosamente a los vigilantes que, por negligencia o complicidad, permiten la entrada de armas a la prisión? No tengo respuestas. Pero no creo que sea imposible imponer el orden y la disciplina, aunque para ello sea necesario dotar de muchos recursos adicionales a los encargados de hacerlo.

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