Hoy 
RAFAEL MOLINA MORILLO
Hay mucho movimiento en estos días a lo interno de los principales partidos políticos. Convenciones por allí, asambleas por aquí, partidos nuevos más allá, negociaciones más acá…
Es un dicho muy repetido que los partidos políticos son parte esencial del sistema democrático. Que hay que preservarlos. Que sin ellos no habría forma de canalizar las diferentes tendencias y aspiraciones populares. Que no habría equilibrio social¼ y otras afirmaciones por el estilo.
Eso es lo malo del sistema democrático, que, como dijo Winston Churchill, es el peor de todos, excepto los demás. Porque depender de los partidos (que equivale a depender de los políticos) es poner la iglesia en manos de Lutero.
Estemos claros: los políticos o mejor dicho, nuestros políticos- no dan el mejor ejemplo de amor hacia el país. Aparte de la verborrea que producen ¿dónde están las pruebas de su supuesta entrega por el bienestar de la nación? No las veo. Pero los partidos están en sus manos, y según se dice, la democracia depende de los partidos. ¡Ave María Purísima!
Lo primero que tienen que hacer nuestras entidades políticas, empeñadas como están en salir fortalecidas de sus respectivas convenciones preelectorales y asambleas estatutarias, es revisarse sinceramente por dentro y practicar de manera efectiva la democracia dentro de sus propias filas, a fin de obtener la fuerza moral requerida para ganarse el respeto de todos.
Pero sin olvidar esa parte: el respeto no es gratis, tienen que ganárselo.
