Recientemente recibí de un buen amigo un video del Papa Francisco dirigiendo una alocución a una multitud de jóvenes ansiosos de escuchar su palabra orientadora. En ella el Papa aconsejaba y advertía “a cualquier persona que tenga demasiado apego por la cosas materiales o por el espejo, a quien le gusta el dinero, los banquetes exorbitantes, las mansiones suntuosas, los trajes refinados, los autos de lujo…, (el que tenga afición por todas esas cosas) por favor, que no se meta en política. Que no se meta en una organización social o movimiento popular, porque va hacer mucho daño a una noble causa, a sí mismo y al prójimo. Tampoco en el Seminario.”
“Frente a la tentación de la corrupción, el mejor antídoto es la austeridad. El ejemplo de una vida austera al servicio del próximo es la mejor forma de promover el bien común.” Por esa causa justamente se levantan los indignados de todo el mundo, hastiados de tantos abusos, de tantas injusticias, impunidad y corrupción. De tanta indolencia.
Pero en esta media isla quisqueyana de azúcar y de alcohol es otra sirena que canta. Conocemos y estamos bien conscientes de los gravísimos problemas que padecemos y no tenemos por qué elevar grito al cielo cuando la naturaleza castiga la desaprensión, y maltrato del hombre por su cuidado y preservación; tampoco esperar que estudios internacionales nos coloquen donde sabemos en áreas tan sensibles como son educación, salud, transporte, violencia de género y todo tipo de corrupción. Y se hace burla de la moralidad y austeridad que debe primar en todo gobierno y en cada ciudadano. De la ingenuidad de quienes todavía sueñan y creen en “la majestad la Ley y la Justicia” como máxima expresión de lo justo y equitativo, por ser legítima. De aquellos que demandan honestidad, trasparencia, solidaridad, como ejemplo de comportamiento moral y ético que comienza en la familia y debe seguir con los privilegiados elegidos por el pueblo o designados por el dedo imperial para servirle al pueblo, no a sus propios intereses personales; para imponer orden y disciplina en la medida de pertenencia al exclusivo club político y económico tanto del sector público como privado dominante, donde el compromiso de servir de ejemplo de moralidad y civismo es mayor por el poder y la autoridad que ejercen en función de su jerarquía.
Pero en esta media isla de azúcar y de alcohol se vive otra canción a contrapelo de aquellos nobles principios y del pensamiento de Duarte. Es comprensible, entonces, no justificable, tantos desafueros cometidos permanentemente con absoluta impunidad y tolerancia con excusas baladíes como la ignorancia de la ley, o sin excusa alguna, a las claras, como la ocurrencia del antiguo Ministro de Educación, hoy de Interior y Policía, incitando a la población a intoxicarse de alcohol, sin límite ni medida, porque es tiempo de Navidad, y aquel otro diputado que se degrada y nos denigra “porque la corrupción es algo natural que llevamos en la sangre.” Buenos ejemplos a seguir de moral, austeridad y respeto.