Los cangrejos atacan de nuevo

Los cangrejos atacan de nuevo

Rafael Acevedo/Fuente externa

A veces siento que los cangrejos podrían inquietarse conmigo. O que yo los expongo mucho, que abuso de ellos, de su inteligencia. El caso es que vuelven a mi mente cada vez que veo a alguien intentando utilizar una herramienta, física o del intelecto, para lo que no ha sido diseñada.

Una y otra vez acudo a ellos, los cangrejos (de Nagua), porque ellos ya tuvieron una experiencia que, presumiblemente, los habilitó para no volver a intentar tomar materia líquida con sus pinzas (desde el día en que el borrachín del caso, se excusó ante ellos tener por un desorden líquido en su vientre).

Contrariamente a estos inefables crustáceos nagüeros, frecuentemente me encuentro frente a intelectuales que no conocen los límites y condicionamientos de sus instrumentos. Pues sucede que muchos especialistas se han olvidado que sus herramientas “científico-conceptuales”, solo funcionan bajo determinados supuestos, condiciones y circunstancias.

Recientemente recordábamos aquel celebrado filósofo y fabulista que creyó poder librarse de la justicia de Dios con tan solo declararlo muerto.

Desde entonces me simpatizan algo más los agnósticos, porque comprenden al menos las limitaciones de su intelecto; aunque cometen el gravísimo error de no aceptar otras formas de conocimiento que vienen por experiencias y medios de intelección no reductibles a formulaciones o artilugios racionalistas.

Los que hemos tenido experiencias trascendentales, de manera consistente, tampoco somos capaces de traducir a fórmulas empiricistas nuestras experiencias. Haberlas tenido es un enorme privilegio, y con gran humildad las narramos y describimos a aquellos que parecieran estar en actitud de creernos.

Lo que apena mucho, porque no es a ellos a quienes debemos insistirles, sino que a los incrédulos que ya tienen entenebrecidos sus corazones, como una última oferta. “Los malos no comprenden que por ser malos no comprenden”.

Es una tautología, un razonamiento circular, pero lamentablemente no hay de otro. Dios hizo libre al hombre y nunca lo fuerza a creer, excepto quizás para algo extraordinario; pero cuida de no convertirlo en sumiso autómata.

Por eso Dios no quiere saber de la religiosidad, que no es lo mismo que decir que no ama a los que se dedican desde una organización religiosa a cuidar y llevar su palabra a pobres y necesitados.

Muchos veneran la ciencia; casi tanto como los socialistas veneraban la hoz y el martillo; instrumentos nobles símbolos del trabajo honrado. Personalmente, preferiría auto definirme como metodólogo; luego de enseñar a cientos, durante años, los métodos y técnicas del conocimiento científico, y creo saber para qué cosas sirven y para cuáles no.

Debemos tener muy en alto el aporte de investigadores y practicantes de toda ciencia; como igualmente a artesanos y artistas. Y a los poetas que no trabajan con conceptos precisos, sino con imágenes, abstracciones complejas y tímidas insinuaciones.

Hubo quienes discutiesen sobre el sexo de los ángeles, y hasta sobre la inmortalidad del cangrejo. Pudiéndose, por esos y otros medios llegar quizá a alguna forma de saber. Pero cuando se trata de ir seguros a la verdadera verdad, solo debemos confiar en lo revelado por Dios.

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