Los caricaturistas se enfrentan a tiempos difíciles Venezuela

Los caricaturistas se enfrentan a tiempos difíciles  Venezuela

CARACAS . Caricaturista es hoy una profesión inestable en Venezuela, y durante los 21 meses de gestión del presidente Nicolás Maduro varios de los más mordaces de cara al gobierno renunciaron o fueron echados de los diarios donde trabajaban y buscaron refugio digital para seguir dibujando la Venezuela socialista.

Carlos Correa, director de la ONG Espacio Público, dice que 2014 fue un año marcado por la censura en Venezuela, con más de 300 periodistas despedidos. «Fueron casos muy evidentes de vuelta de tuercas. Eso evidenció cómo aumentaron los niveles de intolerancia hacia el humorismo», dijo Correa a la AFP.

En un país en el cual el gobierno tiene el monopolio de las divisas imprescindibles para importar papel, y donde la publicidad privada es cada vez más reducida frente a la propaganda gubernamental omnipresente, muchos de los principales diarios fueron vendidos.

En septiembre, dos meses después del anuncio de la venta de El Universal (fundado en 1909), la caricaturista Rayma Suprani dejó el diario denunciando su despido horas después de haber publicado una viñeta que representaba el estado del sistema de salud público. El dibujo fusionaba la firma del difunto Hugo Chávez con un electrocardiograma.

«Siempre se ha tenido que luchar contra el poder político, económico, contra los tabúes, totalitarismos y radicalismos. Y ahora en Venezuela se ha estado tratando de convertir la política en religión», dijo a la AFP Suprani, y agregó que ahora aspira difundir su trabajo de manera independiente en Internet.

Antes, en junio de 2013, se selló la venta de la Cadena Capriles, el mayor consorcio de medios en Venezuela, lo cual se reflejó progresivamente en las primeras páginas de sus periódicos. Entre ellos se incluye El Mundo, un tabloide de economía en el que aparecían los editoriales gráficos de Eduardo Sanabria, mejor conocido como Edo, quien renunció un año después. «Decir que hubo presiones directas sería una mentira, pero eso venía, obviamente. No quise esperar a que llegara la censura. Ya no tenía sentido publicar en el periódico», declara Sanabria.

Edo divulgó la semana pasada en Instagram una viñeta en la que un hombre que usa casco y protectores, cual jugador de fútbol americano, le dice a su esposa que va hacia el supermercado.

Una sátira que refleja el riesgo y esfuerzo cotidiano que representa ir de compras en un país golpeado por el desabastecimiento de alimentos, productos de higiene y medicinas. «Hay gente que dice que ser tan alegres y chistosos nos impide ver la gravedad de la situación, pero se tiende a confundir el humor con el chiste. Desarrollamos el humor como un mecanismo de defensa ante tanta calamidad», reflexiona Sanabria.

Roberto Weil, hoy caricaturista del diario de tendencia opositora Tal Cual, trabajaba en la revista Dominical, perteneciente a la mencionada Cadena Capriles, de la fue despedido por una desafortunada coincidencia.

Weil envió en septiembre al diario un dibujo que escenificaba el funeral de una rata. Pero el dibujo se publicó en octubre, cuatro días después del asesinato del diputado chavista Robert Serra. Como consecuencia, fue insultado por dirigentes oficialistas y expulsado de la empresa.

Laureano Márquez, politólogo y humorista, cuenta que históricamente los humoristas en Venezuela han sido «más o menos perseguidos».

Márquez recuerda el semanario Fantoches en tiempos de Juan Vicente Gómez (1908-1935), cuando los caricaturistas Leoncio Martínez «Leo» y Francisco Pimentel «Job Pim» fueron llevados a prisión.

También menciona El Morrocoy Azul, comprado por el dictador Marcos Pérez Jiménez (1950-1958) y las persecuciones que sufrieron los humoristas de izquierda durante el mandato de Rómulo Betancourt (1959-1964). Uno de los primeros roces de los caricaturistas con el chavismo se dio en los albores de la revolución bolivariana.

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