Implantar respeto al orden público y a los derechos democráticos de los haitianos con uso de la fuerza y unidades de auxilio humanitario debe, efectivamente, provenir de un mandato de la Asamblea General de las Naciones Unidas compuesta por 193 Estados como representación mayoritaria de la comunidad internacional. Una legitimación que excluye el protagonismo de superpotencias renuentes a asumir con aporte de recursos y tropas el liderazgo de actuaciones que pongan fin a la anarquía y el sufrimiento por hambre y enfermedades en que está sumido el pueblo que habita el oeste de la isla Hispaniola.
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Encerrados en las agendas con que se disputan la supremacía global, Estados Unidos, China y Rusia han impedido, con actitudes diferentes pero con un mismo resultado de negación, que manos amigas, y con la disponibilidad de medios que reclama la calamidad, se extiendan al rescate de una república en conflagración. Desprecio a valores humanos a través de vetos en el Consejo de Seguridad de la ONU y de falta de voluntad y solidaridad continental desde las orillas del río Potomac.
Al margen de la preponderancia militar, económica y política de esos poderes terrenales existe una firme coincidencia de gobiernos democráticos en poner fin a los lamentos y condenaciones de brazos cruzados ante un desastre mayor en el centro de la geografía occidental. El organismo de la máxima multilateralidad debe ser habilitado de inmediato.