Los Castillo: generales y abogados

Los Castillo: generales y abogados

JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
Queremos referirnos a ciudadanos pertenecientes a cinco generaciones de una histórica familia dominicana. De inmediato comenzamos con el general Manuel María Castillo Alvarez, nativo de la ciudad de Santo Domingo y que se radicó en San Francisco de Macorís. Este actor de la lucha independentista, por conspirar contra la dominación haitiana fue enviado como prisionero a Puerto Príncipe en el año de 1843. Para el 27 de febrero de 1844 había regresado a tierra dominicana, tocándole marchar a Santiago con los voluntarios de San Francisco de Macorís y participar bajo las órdenes de José María Imbert en la batalla del 30 de Marzo.

En su honor un municipio de la provincia Duarte lleva su nombre. El general Castillo Alvarez es el bisabuelo del abogado Marino Vinicio Castillo Rodríguez (Vincho).

Pasamos de inmediato a decir algo acerca del general Manuel María Castillo Medrano, hijo del anterior general Castillo Alvarez.

El general Manuel María Castillo Medrano fue un esforzado batallador en pro de la causa de la restauración de la dominicanidad perdida por culpa de Pedro Santana. Participando también en el Sur en la Guerra de los Seis Años para evitar la anexión de Buenaventura Báez a los Estados Unidos de Norteamérica.

El general Castillo Medrano, en el 1899, cuando acaeció en Moca la muerte de Lilís, salvó merced a su coraje y a su entereza de una muerte segura a Ramón Cáceres y a Horacio Vásquez Lajara. El general Manuel María Castillo Medrano es el abuelo del abogado Marino Vinicio Castillo Rodríguez (Vincho).

Ahora toca el turno a un representante de la tercera generación de los Castillo de estas históricas relaciones. Se trata del jurista, del brillante postulante y famoso abogado Pelegrín Castillo Agramonte, hijo del general Castillo Medrano y padre de Marino Vinicio Castillo.

Pelegrín Castillo Agramonte nació al finalizar la Guerra de los Seis Años, en 1874, en Las Matas de Farfán. Su padre se lo llevó a San Francisco de Macorís, donde procreó honorable familia y se dio a conocer como renombrado jurista. Escribió el opúsculo titulado “La Ocupación Americana”, donde aceptaba la ocupación de 1916, pensando en el desarme del levantisco pueblo de entonces y en la necesaria paz de la nación. Esa actividad le acarreó muchas críticas adversas; pero cuando más se le sacaba en cara su postura, Pelegrín Castillo, que era valiente en grado superlativo, les hizo un reto a sus críticos y los invitó a que se atrevieran a hacer lo que él iba a llevar a cabo. Entonces Pelegrín Castillo se enfrentó al ejército de ocupación, a las tropas invasoras del 1916, haciendo formales y valerosas acusaciones contra el monstruoso capitán Charles Buckalow, al cual calificó de ser una vergüenza, una ignominia del ejército de los Estados Unidos, por sus crueldades, por sus bestialidades y por su terrible vesania.

Pelegrín fue reducido a prisión en la ciudad de Santo Domingo, lo trasladaron al puerto de Sánchez en barco y de ahí fue conducido por tierra a la Fortaleza de San Luis en Santiago de los Caballeros. En vez de arredrarse frente a una severa Corte Marcial, sostuvo con más bríos y con más firmeza sus graves acusaciones contra el monstruoso capitán Charles Buckalow, a quien hizo responsable de los asesinatos de los infortunados dominicanos Diocleciano Reyes (Docle) y de Francisco Rodríguez (Pancho Prieto), así como de las horribles torturas y quemaduras con hierros al rojo vivo que en su escuálido cuerpo llevaba tatuadas el joven campesino Cayo Báez.

El licenciado Pelegrín Castillo Agramonte no estuvo de acuerdo en 1930 con los métodos y añagazas del gobierno surgido de la trampa del 23 de febrero de ese nefasto año. El profetizó lo que se veía a las claras que venía sobre la nación por culpa de la fatídica marejada que cínicamente llamaron “Movimiento Cívico”; entonces él decidió marcharse para Francia. En el Listín Diario del 6 de enero del 1931 salió una carta de despedida del jurista Castillo Agramonte para sus amigos. Un párrafo de esa despedida es el siguiente: “En un país como el nuestro, podrido de servilismo, de rufianería y de simulación, donde el partidarismo político-personalista y el presupuestarismo han llegado a obscurecer por completo la visión del bien común y sólo dolores puede recoger el hombre de ideales y de principios que comete el grave error de turnar en la innoble vida política nuestra”. El párrafo transcrito resulta bastante decidor.

Para concluir estas peroratas que iniciamos asegurando que trataríamos de cinco generaciones de los Castillo: en la cuarta generación saludamos a Marino Vinicio Castillo Rodríguez (Vincho), un jurista que sabe decir con maestría las cosas y que es hombre de una verdadera parla cervantina. Finalmente en la quinta generación colocamos a los Castillo Semán, al tríptico que representan los hijos de Vincho y de doña Sogela. Pelegrín como su abuelo, Vinicio como su padre y Juárez como el indio zapoteca de San Pedro de Guelatao, que se nombra “El Benemérito de las Américas”, porque el Congreso dominicano en el 1867 acogió la propuesta del diputado don Antonio Delfín Madrigal. Hasta aquí “Los Castillo: generales y abogados”.

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