ÁNGELA PEÑA
Mientras los dominicanos centraban su atención en el escandaloso caso Quirino o en el comportamiento lésbico público de dos chicas en la avenida Abraham Lincoln, en muchos otros países del mundo se debatía el uso del condón entre los católicos luego de que el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Juan Antonio Martínez Camino, admitiera por primera vez que el uso de los preservativos tenía cabida en la lucha contra el sida.
Aunque el portavoz añadió que esto incluía también la abstinencia y la fidelidad, la opinión pública reaccionó sorprendida, pues el parecer del mitrado representaba un significativo giro en las posturas tradicionales de la Iglesia.
Sus juicios conmovieron a instituciones familiares y de salud que se regocijaron con este cambio radical porque, hasta entonces, la Iglesia Católica no aprobaba el condón para evitar el VIH. La alegría, sin embargo, duró poco. A las veinticuatro horas la jerarquía desautorizó las declaraciones del obispo. «No es posible aconsejar el uso de preservativos por ser contrario a la moral de la persona», manifestó la Conferencia en un comunicado, desconcertada por las declaraciones de Martínez Camino. Por eso, añadió, «la Iglesia promueve la educación de las personas para el amor conyugal fiel y abierto a la vida, tratando de evitar relaciones indebidas y promiscuas que dan lugar a situaciones de riesgo sanitario».
El tema, antes y después de la descalificación, ha merecido ataques, censuras y defensas de infinidad de analistas y en la polémica han surgido reveladoras posiciones de líderes de otras religiones y creencias. Los más preocupados, empero, son los curas y los responsables del control natal. El Vaticano y la clerecía argentina se han añadido en las aprobaciones o condenas. A Martínez Camino la Iglesia no lo deja en paz. Lo llamó el Secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, el español José Luis Redrado, comunicando que «es necesario hablar con claridad», que «existen cuarenta métodos para evitar el sida» pero que «no todo lo que producen los laboratorios se puede utilizar. Es necesario tener en cuenta los aspectos morales. La conciencia y la fe deben intervenir. Un católico deberá escucharlas para ser coherente y rechazar el recurso al preservativo, un medio que la moral católica condena». Por otro lado, el cardenal Alfonso López Trujillo, jefe del Consejo Pontificio para la Familia, afirmó que los preservativos no impiden el paso ni a los espermatozoides ni al VIH, por lo que la Organización Mundial de la Salud se apresuró a declarar que la evidencia científica ha demostrado que los hechos contradicen la palabra del purpurado, resaltando «la impropiedad y la falta de rigor y sensibilidad que muestra la Iglesia Católica respecto al problema del sida en el mundo». El Organismo de las Naciones Unidas para el SIDA (ONUSIDA) y la OMS han calificado la prohibición como «una falta grave que cuesta vidas humanas».
A estos se agregó el presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud de la Santa Sede, Javier Lozano Barragán, atribuyendo a los medios de comunicación haber malinterpretado a Martínez. «La Iglesia siempre ha defendido estos dos mandamientos: No matarás y No fornicarás. Por el primero estamos obligados a realizar cualquier cosa, incluso defender hasta con la propia vida a que nadie se contagie con el sida y con el segundo sabemos que el sexo nos lo ha dado Dios para la reproducción de la vida», señaló.
Se comenta el dilema que se presenta a los católicos, alegando que la prohibición «hace peligrar las vidas» de la feligresía «que deja por ello de usar anticonceptivos». La respuesta de la Iglesia es tajante: «La abstención de relaciones sexuales indebidas y la fidelidad mutua entre los cónyuges, constituyen la única conducta segura generalizable frente al peligro del sida». Amén.