Los cavernícolas no viven en el barrio

Los cavernícolas no viven en el barrio

No he visto cosa más difícil que vivir en edificios y viviendas residenciales o en urbanizaciones para clase media en esta era de la información y el conocimiento de la República Dominicana.

La muerte a tiros, este 2 de noviembre de 2011, del ciudadano Guillermo Silvestre Moncada Aybar, 55 años, por parte de Rafael Emilio González, 47 años, durante una riña por un parqueo en un complejo de apartamentos en el exclusivo Piantini, de la capital, es solo un filón de este malestar que debería servir para la reflexión, no para alentar lamentos tardíos

Esa experiencia bochornosa ha sido solo una de las explosiones del diario vivir entre los “civilizados”.

Y el problema comienza con el dinero.

Independiente del estado mental y de la conducta histórica de la persona, si posee dinero, blanqueado o trabajado, ésta puede comprar hasta una bomba atómica, mudarse al más regio de los residenciales, alcanzar en un abrir y cerrar de ojos la categoría de protagonista de primer orden y hasta lograr que algunos opinantes públicos la igualen a Dios.

Muchos de los residenciales y urbanizaciones, dada su configuración arquitectónica, inducen a pensar en que son espacios de camaradería, convivencia, solidaridad… Pero no he vivido mayor engaño que ese. Son escenarios tenebrosos donde prima el distanciamiento, la hipocresía, la mezquindad, la envidia, el odio, la insolidaridad, la acechanza, la conversación posada, el oportunismo…

¿Quién no ha pasado por la experiencia de soportar a un vecino o vecina, si no de un transeúnte, que sin mayor reparo le tira la basura putrefacta en su entorno o le estaciona su vehículo en su acera o en la puerta de la marquesina?

¿Quién no ha sufrido a un vecino “profesional” que le da por agregar pedazos al apartamento y luego pintarlo con el color que le parezca mientras se mofa de los demás?

¿Quién no ha soportado a un intruso que no bien se muda al sitio, comienza a instalar negocios de mala muerte?

¿Quién no ha tenido que armarse de paciencia ante un vecino drogadicto y delincuente o ante un colmadón ruidoso que sirve de observatorio a los ladrones?

¿Quién no ha soportado a un “loco” que, cuando se le ocurre, prende su potente equipo de música  y lo sube a todo volumen para saciar sus complejos?

La lista es interminable. Tan larga como la indiferencia de las autoridades municipales y policiales del Distrito, de los tres municipios de la provincia Santo Domingo, de Santiago… del país. Todas coinciden en incumplir su rol. Y esa irresponsabilidad de las autoridades ante tal drama es lo peor, pues permite la acumulación de la ira que termina en hechos violentos. Ellas simulan para los medios de comunicación que son organizadoras de grandes ligas cuando lo único que hacen es auspiciar “juntas de vecinos” fantasmas para favorecer cuadros políticos en desmedro de las comunidades. Son productoras de violencia por excelencia.

El Ayuntamiento de  Santo Domingo Este es un buen ejemplo de sordera y carencia de conciliación a propósito de sus basurales y  contenedores impuestos en las urbanizaciones porque alguien lo soñó.

Quien crea que es un privilegio vivir en un residencial o en una urbanización, se equivoca. Aquello es un volcán insufrible aunque simule un paraíso terrenal.

En los barrios, en cambio, la sinceridad, la solidaridad, el diálogo y el compartir sin pose, aún existen. Pese a que la violencia se la inocularon desde el mismo nacimiento a través del empobrecimiento continuo, el hacinamiento, las enfermedades y la falta de acceso a la educación… pese a ello, son civilizados.

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