Los ciclos de la historia

Los ciclos de la historia

El periodista Héctor Amparo le preguntó al presidente Joaquín Balaguer si se presentaría nuevamente como candidato a la Presidencia de la República, a lo cual el mandatario respondió con una de sus acostumbradas evasivas.

Por encima de la cabeza del grupo dije: lo que se intenta saber es ¿cuántas veces usted se presentará como candidato a la Presidencia?

Esa pregunta causó revuelo y un importante funcionario llamó al dueño del periódico El Sol, donde trabajaba como Jefe de Redacción, para quejarse por lo “inoportuna” de mi pregunta.

Hemos pasado una buena parte de la historia nacional entre interpretaciones inapropiadas, situaciones difíciles que provocan actitudes acomodaticias, silencios inoportunos y un gran manto de temor que en muchas ocasiones se convierte en terror.

La lucha entre lo bien hecho y lo mal hecho, más que entre el bien y el mal, pinta de colores sombríos la vida nacional desde el principio de la historia republicana.

No creo que los dominicanos somos olvidadizos, lo cierto es que vivimos en medio de verdades a medias, se ocultan hechos que afectan a la comunidad o se tergiversan al relatarlos a la opinión pública.

Vivimos en medio de la intolerancia, la administración, el manejo y malversación de los fondos del erario, gobiernos que piensan en el beneficio de sus funcionarios antes que en el bienestar y la solución de los problemas de sus pueblos, han sido la mayoría en nuestra historia.

Resulta interesante ver cómo hay una más extensa literatura sobre la democracia que sobre la autocracia. Es como si la democracia fuera un caramelo envenenado que se brinda para engañar.

Un balance de nuestra historia arroja, sin dificultad, que la nación ha sido gobernada de manera dictatorial mucho más años que los cortos períodos en los cuales la libertad, la justicia y el respeto a los derechos populares han sido la norma democrática de conducirnos.

Tener el poder en el Congreso Nacional, en las dos cámaras, los tribunales de justicia, los cuerpos armados y la Policía, el cobro y disposición de los ingresos públicos, acallar, comprar o influir determinantemente sobre los medios de comunicación, es una dictadura. El manejo del poder absoluto es una expresión de la corrupción absoluta.  

Me niego a creer que los dominicanos tengamos vocación de borregos a quienes nos gustan las patadas por el fondillo.

Es hora, pues, de que enderecemos el rumbo que nos ha embarrancado en el mal gobierno donde impera la ley del embudo, cuando se sabe que la buena administración debe ser graficada con un tubo redondo sin las aristas de los privilegios.

No permitamos que nuestra historia se siga repitiendo “como tragedia y después como comedia”.

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