Los cien días

Los cien días

R.A. FONT BERNARD
Se perdió en el camino, el comentarista de la radio, especializado en citar nombres de ilustres desconocidos, con su afirmación de que el período de los «cien días», acreditado a los gobiernos pertenecientes al litoral latinoamericano, tiene su origen, en los cien días que transcurrieron entre la escapada de Napoleón Bonaparte de la isla de Elba, donde habían sido confinado, y su derrota en la batalla de Waterloo. También yerra, en lo que respecta a la «Guerra de los Mil Días», citada por él, un trágico episodio de la etapa caudillista de la Historia de Colombia, de los primeros años del siglo XX.

Los «cien días», que en la actualidad se le están contabilizando al presidente de la República, doctor Leonel Fernández, tienen su origen, en la juramentación de Franklin D. Roosevelt, como Presidente de los Estados Unidos, el año 1933, cuando asumió la misión de encarar la crisis financiera que se inició el 24 de octubre del 1929, -el Viernes Negro-, cuya onda expansiva no solo sepultó mitos y creencias en aquel país, sino que además, desestabilizó a la mayoría de los gobiernos del ámbito latinoamericano, con los sucesivos derrocamientos de los Presidentes Yrigoyen en la Argentina, Washington Luiz en el Brasil, Francisco Chacón en Guatemala, Isidro Ayora en el Ecuador, Harmonio Arias en Panamá, Arturo Araujo en El Salvador, Hernando Siles en Bolivia, Guillermo Sacasa en Nicaragua, Gerardo Machado en Cuba, y  Horacio Vázquez en nuestro país. Todos sustituidos por «providenciales», protagonistas del autoritarismo, al que suelen someterse voluntariamente los pueblos, cuando  en las etapas de crisis económicas o de ingobernabilidad, suelen cambalachear la libertad por la seguridad. El «crac» financiero del 1929, sembró de dictaduras el orbe latinoamericano.

Al juramentarse, el 5 de Marzo de 1933, el Presidente Roosevelt, reconoció los severos problemas que afectaban la normalidad económica del país, y aprovechó la oportunidad, para decirle en el discurso inaugural, a los diez millones de desempleados, a los directivos de los bancos comerciales quebrados, y a los más de nueve millones de ahorrantes descapitalizados, que lo único a lo que necesitaban temer era al miedo, al «miedo sin nombre irracional e injustificado, que realiza los esfuerzos necesarios para transformar un retroceso en progreso». Subrayando a la vez, que lo que exigía la Nación era acción, y acción inmediata, no después.

Al día siguiente de su juramentación, el Presidente declaró unas «vacaciones bancarias transitorias», y suspendió todas las transacciones en oro, con el fin de investigar las solvencias de los primeros, e impedir la fuga del segundo. Solicitó y obtuvo del Congreso, la autorización para inspeccionar todos los bancos comerciales, autorizó la reapertura de los que sobrevivían, y acto seguido, exhortó a la población a depositar su dinero, en los bancos que estaban respaldados por el Gobierno.

Fue ese, el período gubernamental que el periodista Arthur Kroch, del «New York Times», eternizó con el nombre de los «cien días». En ese período, el Presidente promulgó quince leyes relativas a las finanzas, a la moneda, a la agricultura, al transporte, a la industria, a la asistencia social, y a la creación de nuevas agencias oficiales, entre las que figuraron, la Comisión del Comercio Internacional, la Administración de Ajustes a la Agricultura, la de Recuperación Industrial y la Interestatal de Obras Públicas. Y con el propósito de aumentar el nivel del empleo, y de mejorar el poder adquisitivo de los consumidores, puso en ejecución, un vasto programa de construcción de carreteras, puentes, presas, sistema de agua potable, escuelas, hospitales, etc. Finalmente, para recuperar las tierras arruinadas por la deforestación, rehabilitó a los veteranos de la I Guerra Mundial, para utilizarlos en la siembra de árboles maderables.

Como lo escribió el veterano periodista Walter Lippman, cuando Roosevelt asumió la presidencia de la Nación, «el país era un conjunto de desordenadas multitudes y facciones, sometidas por el pánico». Pero que a partir de los cien días, iniciados el 5 de Marzo de 1933, los Estados Unidos fueron, «una nación organizada, confiada en su capacidad de hacerse cargo de su propia seguridad, y de controlar su propio destino».

Haciendo una abstracción del tiempo y de las circunstancias, en nuestro país los cien días iniciados el 16 de Agosto retropróximo, están siendo aprovechados por el Presidente de la República, doctor Leonel Fernández, para utilizar los magros recursos económicos de que dispone, en la titánica tarea de organizar el caos. Se aboca, como lo expresó dramáticamente, en su discurso inaugural, en trabajar en la sustitución de un desorden de primer orden, y para recrear una Nación, nueva de raíz y de rostro. Una Nación en la que las instituciones sean respetadas, consciente de que es desde el poder, desde donde se debe estimular el respeto a la sacralidad de las instituciones.

Las autoridades derrotadas en el certamen electoral del 16 de Mayo retropróximo, en el ejercicio del gobierno dejaron el país, postrado por una crisis económica, semejante al «Viernes Negro» del 1929. O sea, un país desvertebrado en su economía, irrespetado en su institucionalidad democrática, y sobre todo, sumido en una crisis de confianza sin precedentes en su historia contemporánea. Una situación de inseguridad colectiva, a la que le está concediendo la máxima prioridad el Presidente de la República, doctor Leonel Fernández, recurriendo a los procedimientos de emergencias utilizados por el Presidente Roosevelt el año 1933.

El precedente período de gobierno, califica como cuatro años perdidos para el desarrollo nacional. Cuatro años perdidos, porque como lo sentenció ese tramo de la sabiduría popular que fue el Quijote, «no se puede ser cabeza de un buen gobierno, cuando el que encabeza el Estado, no tiene cabeza».

Es de confiar pues, que los cien días iniciados el 16 de Agosto recién pasado, serán para el país, el punto de partida de un programa de desarrollo económico, y de restauración moral. Con seguridad y con alegría.

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