Los cocodrilos

Los cocodrilos

ÁNGELA PEÑA
En la intelectualidad dominicana no son muy abundantes la sencillez y la humildad. Ese sector está compuesto mayormente por dioses, seres perfectos, intocables, de producción insuperable cuya obra hay que tener sumo cuidado en criticar porque cualquier comentario negativo va a encontrar de frente a enfurecidos leones dispuestos a embestir al intruso que se atreva a señalarles un defecto, aunque el texto del susodicho sea el más idóneo candidato al destino final de todo desperdicio: el zafacón.

Aquí hay literatos que se han ido a los puños reclamando, demandando al osado autor de un comentario adverso que se retracte. Son engreídos, fanfarrones y en extremo soberbios. Quieren sonar, resultar los más vendidos y leídos, pero sobre la base de la ‘canchanchanería’ cómplice que los exalta y adula por la simple amistad, no por el valor de su trabajo escrito que jamás debió traspasar el ámbito de su entorno familiar.

Esa actitud altanera, agresiva, peligrosa y amenazante de poetas, historiadores, novelistas, cuentistas, artistas del pincel y otros artífices del pensamiento y el arte ha ahogado la crítica nacional. Todos se quejan de la ausencia de esos orientadores de la cultura pero es probable que hayan preferido el anonimato, la paz de su hogar, a estar expuestos a la furia de esos ensoberbecidos escritores que se consideran mejores que el Altísimo.

No aceptan señalamientos y desde que ven un comentario que no es de su agrado, aunque sea atinado, inician una labor de investigación de la vida personal del crítico para lanzar después una campaña de difamación pública y privada, generalmente sustentada en inventos o  falsos rumores.

Revisando libros no muy antiguos, volví a leer Los Cocodrilos, de Pedro Conde, el muy audaz profesor que una vez se arriesgó a publicar una Antología Informal por la que le cayeron encima los palitos. Más que el contenido de este ejemplar que vio la luz en 1984, impreso en Alfa y Omega, reparé en las reacciones de más de una docena de escritores a los juicios exteriorizados por el temerario catedrático universitario en torno a cinco poemas premiados ese año. De entre todos, sólo Mateo Morrison, Manuel Morra Serrano y Luis Fernández emitieron opiniones respetuosas.

 «…Él puede proyectarse –y se proyecta- como un crítico serio, cosa rara en nuestro país», dijo Morrison. Fernández expresó que «las rutas señaladas por Conde servirán de mucho a esos jóvenes en su camino por la literatura…» y Mora Serrano apuntó: «Un muchacho que le ha dado sal y pimienta a la literatura dominicana es Pedro Conde… aun cuando manifiesta inmadurez en sus juicios y cierto apasionamiento. Ha sacudido con un par de críticas al colchón de chinchas de la literatura nacional… Poca gente utiliza los pantalones que lleva puestos; para bien o para mal, el que da la cara merece respeto, independientemente de lo que haga en el fondo. Ojalá tuviéramos tres o cuatro Pedro Conde más por ahí». Los demás le dijeron hasta barriga verde. Le endilgaron una condición que estuvo muy de moda cuando Trujillo para hacer daño a los desafectos, pero cualquiera entendía que para esa fecha (1984) estaba superada: comunista. Conde reprodujo los conceptos de todos en un libro que es su respuesta, Los Cocodrilos (Ensayo sobre poetas) que se agotó en el acto, pero que debería reeditar porque es un gran remedio para apaciguar las crisis emocionales y olvidarse de las deudas y los precios altos.

Pedro no ha dejado de escribir, aunque ahora ejerce más como crítico político que literario. Publica libros y muchos artículos por Internet. Su más reciente producción estuvo dedicada al ñame.

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