Los Conde y la Revolución

Los Conde y la Revolución

ÁNGELA PEÑA
Entraron en cadena a la Revolución. El arrojo, la decisión, el valor del padre, don Alfredo Conde Pausas, estimuló a los muchachos a seguir la lucha en la que se iniciaron tan pronto estalló la revuelta, erigiéndose en soldados de la causa constitucionalista de 1965. Aunque el viejo sobrevivió a la tropa que le amenazó a punta de fusil, uno de sus hijos no tuvo la misma suerte: cayó durante la insurrección. Los Conde vivían entonces en el kilómetro siete y medio de la carretera Mella, una de las zonas más peligrosas por su ubicación cercana a San Isidro, donde se encontraba Elías Wessin dirigiendo las fuerzas contrarias a los rebeldes.

Don Alfredo cometió la torpeza de permanecer en la casa más de lo prudente, incluso después de haberse anunciado por radio su nombramiento como Procurador del recién inaugurado gobierno de Caamaño. Lo denunciaron y le ordenaron ponerse en fila junto a su esposa y dos muchachos de crianza. No los asesinaron porque él encaró al oficial diciéndole que era el único responsable «y no las mujeres y los niños. Algo pasó por la mente del oficial que desistió del empeño y se retiró con la tropa», cuenta Pedro Conde Sturla, combatiente de abril cuyas memorias sobre el hecho demanda la verdad histórica para aclarar falsedades, inexactitudes e inventos reiterados.

Se sumó a la insurrección junto a sus tres hermanos: Alfredo, Amadeo y Narciso. «Amadeo peleó en todos los frentes, pero no tuvo la suerte de morir en combate, lo mató un miserable que también intentó matar a José Pichardo Vicioso y no lo logró porque se le acabaron las balas». Aparte de los Conde Sturla estaban los Isa Conde, Narciso y Tony, los hermanos Joselyn y Tito Rodríguez Conde, éste último uno de los pilotos que apresaron en Santiago calentando los aviones para atacar a San Isidro y que pasó la revolución «en las mazmorras de Wessin», refiere Pedro Conde.

Sobre la toma de la Fortaleza Ozama, cuenta: «Me parece estar seguro de que el Café Sublime no estaba abierto y no hubo en ningún momento «una espantosa carnicería», como se afirmó recientemente. Recuerdo, sí, que había un tanque que causó pavor e hizo un agujero en un muro y por ahí penetraron los constitucionalistas. Los policías se rindieron mansitos y el mayor número de víctimas tuvo lugar entre los que trataron de escapar por detrás y los que se ahogaron tratando de cruzar el río a nado, con excepción del comandante de la Fuerza, Bueyón Despradel, que era un excelente nadador». Allí, afirma, «no había ametralladoras de alto calibre, sino puros Máuser y Cristóbal. Tampoco había una primera formación de cascos blancos que fueron abatidos por metralla de la pesada. No había primera formación dando el frente, cada policía estaba parapetado detrás de las murallas, sobre los techos y en algunas de las casas vecinas, prácticamente inalcanzables…».

«Los compañeros del PSP, entre ellos Porfirio García, Rabochi, ex rector de la UASD, para mencionar a uno entre muchos, tuvieron en el asalto una actuación destacada y se crecieron hasta el punto de que en el comando pesepeista de la Espaillat llegamos a tener no menos de diez o doce ametralladoras de alto calibre, innumerables cajas de granadas de manos y bombas lacrimógenas. Cuando la voz de la OEA comenzó a mencionar a los integrantes del comando por nombres y apellidos lo abandonamos a la carrera y los veteranos entrenados en Cuba se fueron a la parte norte. Las ametralladoras fueron entregadas al alto mando del coronel Caamaño y del 14 de Junio porque ningún pesepeista sabía qué hacer con ellas…», narra. Agrega que «todo lo contrario a la carnicería de policías y a la supuesta orgía de sangre» fue que, presuntamente, «Montes Arache tuvo en sus manos a Alicinio Peña Rivera, asesino de las Mirabal, y lo soltó por compasión, según declaró, temiendo que los compañeros del 1J4 lo fusilaran como se merecía».

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