(Y 5. Según lectura de textos)
El libro de Diógenes Abreu (“Sin haitianidad no hay dominicanidad”. SD: Nacional, 2014. Premio Letras de Ultramar 2013), al igual que las denuncias de los teóricos de la diáspora, se queda en una ideología política coyuntural, en queja, en lamento y se constituye en un memorial de agravios ante el maltrato que sufre el haitiano explotado por la burocracia política, empresarial y las religiones.
De la misma manera que los dominicanos, los mexicanos y centroamericanos se ven expulsados de su respectivo país y son explotados y discriminados inmisericordemente en Puerto Rico y en la patria del sueño americano. Los puertorriqueños y los norteamericanos se niegan a realizar los trabajos que aceptan los dominicanos, pues los consideran humillantes.
Los haitianos que vienen a la República Dominicana buscan lo mismo que los dominicanos que viajan en yola a Puerto Rico y no temen finalizar sus días en la barriga de los tiburones o morir ahogados en alta mar. Los Estados Unidos no desean una migración masiva de haitianos a su territorio y, en la lógica de sus intereses, presionan con todas sus instancias de poder a la República Dominicana para que acoja, sin tener los recursos, a esa marea migratoria haitiana.
Nada más natural para los Estados Unidos que la República Dominicana sea el receptáculo de semejante inmigración de haitianos. Esta situación atiza los viejos odios y resentimientos que arrancaron en 1843 cuando la clase media dominicana decidió separarse de la unión que celebró con Boyer en 1822, como lo demuestra el historiador J.G. García en el documento que dicha clase dirigió a las autoridades haitianas para que se respetara el idioma, la religión católica, apostólica y romana y los usos y costumbres nativos y locales de la parte Este de la isla. (En Jorge Tena Reyes. “Duarte en la historiografía dominicana”. SD: Taller, 1994, p. 518.).
En el documento entregado a la Junta Popular de Gobierno se insiste en que la parte Este “no es un pueblo conquistado”, sino el resultado de una unión, y que permitir la petición que se elevaba a la autoridad “ni se oponía, ni contradecía, ni debilitaba la unión simple e indivisible de la república democrática, como tampoco causaba variedad, contradicción ni discordia, la diferencia de los colores de la piel, ni el origen o nacimiento de los que en la actualidad se llamaban haitianos; sino que antes al contrario, la experiencia de todos los tiempos y de todas las naciones, tenía acreditada la necesidad de hacerlo así, aun en los pueblos conquistados por la fuerza de las armas” (ibíd.). El Gobierno haitiano rechazó la petición, lo que aceleró la separación, ocurrida el 27 de febrero de 1844.
En el siglo XX, puede decirse que surgieron cuatro categorías de intelectuales.
1) Los tradicionales, con valores hispánicos e ideales arraigados en el autoritarismo del siglo XIX y otra rama de intelectuales y escritores inclinados al positivismo y que desembocaron en el arielismo trujillista.
2) Un gran núcleo de intelectuales y escritores formados en el positivismo hostosiano (variante del krausismo) y que luego adjuró de esta filosofía, se volcó al arielismo y pasó a colaborar con la dictadura de Trujillo. Encabezado primero por los intelectuales del 23 de febrero de 1930, un poco desplazados luego por Peña Batlle, Balaguer, Emilio Rodríguez Demorizi, los Herrera, los Incháustegui, Marrero Aristy y los que analiza Rufino Martínez en “De las letras dominicanas”.
3) Un núcleo de intelectuales y escritores que intentaron la ruptura con el grupo anterior y cuestionaron la ideología, los métodos y el hispanismo de los intelectuales autoritarios que colaboraron con Trujillo. Este grupo estuvo inclinado a utilizar el análisis marxista, como se observa en sus obras. Estuvo conformado principalmente por Juan Bosch, Juan Isidro Jimenes Grullón, Hugo Tolentino Dipp, Roberto Cassá, Franklin Franco Pichardo, Emilio Cordero Michel, Ramón Francisco, Luis Gómez, José Israel Cuello, Isis Duarte, José Serulle, Carlos Dore, Andrés L. Mateo, Rubén Silié, Frank Báez Evertz, Pedro Catrain, José Oviedo, entre otros. Algunos, como Marcio Veloz Maggiolo, Carlos Esteban Deive, Manuel Rueda, Fernando Pérez Memén, Frank Marino Hernández, José del Castillo, Frank Moya Pons, Bernardo Vega, y otros, adoptaron el método instrumental, racionalista o el funcionalista. Otros, como Ramonina Brea, usaron el método marxista, pero marcaron su distancia con ese camino analítico.
4) Por último, un cuarto grupo, muy minoritario, formado por Manuel Matos Moquete, Manuel Núñez y Diógenes Céspedes que a partir de los años 80 adoptó para el análisis del discurso (histórico, político y literario) el método de la poética, basada en lo radicalmente arbitrario y lo radicalmente histórico del signo lingüístico de Saussure, y ha cuestionado el historicismo y el racionalismo de los discursos de los historiadores, políticos y literatos dominicanos que centran su trabajo en el racionalismo historicista y les convierte, sin que tengan conciencia de eso, en miembros del partido del signo.
Después de la caída de la dictadura, los intelectuales ideólogos del régimen trujillista comenzaron a formar parte de la tradición y se inició un proceso de devaluación de aquellos discursos de la unidad-verdad-totalidad. La generación que intentó la ruptura de aquel modelo de pensamiento enemigo de la “sociedad abierta”, teorizada por Karl R. Popper, estuvo formada por historiadores, poetas y sociólogos. Pero a la vuelta de los años 80 y 90 del siglo pasado, se observó un alejamiento de las ortodoxias marxistas y una vuelta a un modelo de intelectual sin compromiso y a su aire.
Incluso algunos han adoptado un modo de vida “light” y rinden culto abierto a la mesa del materialismo y sus cuatro patas: el hedonismo, el consumismo, la permisividad y la relatividad, modo de vida sin compromiso teorizado por el siquiatra español Enrique Rojas en su libro “Una vida sin valores. El hombre light” y que tan bien se aviene a la cooptación de nuestros intelectuales emprendida por los gobiernos del PLD y la corrupción generalizada de la casi totalidad de la formación social dominicana a través del clientelismo y el patrimonialismo.
El nacionalismo ultraderechista de hoy no es más que una variante del trujillismo en sus últimos estertores cuando los diputados y senadores fidelistas arremetían ferozmente por Radio Caribe y en la plaza pública en contra del imperialismo norteamericano que había dirigido la orquesta de las sanciones al Generalísimo por haber atentado en contra de la vida de Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela, un Estado soberano miembro de la OEA. El ultranacionalismo de esos señores que apenas quedan vivos unos cuantos, un palero y un peledeísta, la emprendieron en contra de la Iglesia Católica por haber publicado y propalado en los templos del país la lectura de la Pastoral que condenaba a Trujillo por la matanza y prisión de dominicanos luego de la expedición del 14 de junio de 1959 y el descubrimiento del movimiento clandestino 14 de Junio dirigido por Minerva Mirabal y Manolo Tavárez.
Son bien conocidos a través de su trayectoria clientelista y patrimonialista. Sus ataques a los Estados Unidos son meras poses para consumo interno de los desorientados del sentido político, muchos de los cuales son tontos útiles, voceros pagados o confidentes de los cuerpos de seguridad del Estado. Esta vez, sin embargo, su alianza con la Iglesia condice de esa Iglesia, aliada hoy a las políticas ultraconservadoras propias de la mundialización.