Los conflictos entre haitianos y dominicanos a través de los discursos literarios

Los conflictos entre haitianos y dominicanos a través de los discursos literarios

(2. Según lectura de los textos)

El personaje de la haitianita divariosa quedó transido de dolor por la pérdida de su único amor, futuro sustento y protección. El personaje femenino, sin nombre, se enuncia en el discurso como sujeto pleno, aunque por un instante: “¿Cotégazón quina mué, u paue li, Bon Ye, /di mué, suplé? (“Geografía de una inquietud”. SD: Taller, 1997, p. 122). (DC:Traducción:“¿Dónde está mi amor, mi Dios, /dime, por favor?”.

El poema queda cerrado con la voz del narrador y un breve acceso al discurso directo de la protagonista haitiana: “Y aebotezae la taede, gaviá en lo’sarrecife/asunta la marea que’ha de traei lo güeso, /tan solo aguaita ella en esa caima chicha, /laj nube arrellanándose entre l’agua/y vuelve al caserío ya en la noche, / plaguiando:/muépaue año, ¿e ú compé, u p’ancóue li?” (Ibíd.). (DC: Traducción: “No sé si le veré este año, ¿dónde está mi novio que no le veo?”.

Este poema hay que traducirlo, a partir del texto de base al creole haitiano para distinguirlo de los demás creoles; segunda traducción al francés y una tercera traducción poética al español. Es el único poema del autor con este tema. Figura en último lugar en el libro. Obra inexistente en todas las bibliotecas públicas de la Capital.

Otro poeta, Rubén Suro, antillanista, escribió un poema pintoresco y empático titulado “Rabiaca del haitiano que espanta mosquitos”, donde sigue la misma tradición de mezclar el creole y el español, camino trazado por Alix: “¡Malditemoquite!,/me tiene fuñíe/con ese sumbíe/que no pue aguantá./Yo quemáoja seque,/a be si se ba,/yo quemápaper,/yo quemá de to…/y él pasámu cerque/de mi negre piel,/juega con el hume,/hace culiñique/y buebe a sunbá.//Yo diga biolente:/¡animá del diable/qué e lo que tú hable!/¡láguese de aquí…/y si no se laga…/me bua di p’Haití!//Tú a mí no me asute,/buca genta blanque/pa que puapicá,/que si pica un negre/te pue enbenená!” (Poemas de una sola intención. Recopilados y anotados por Pedro Conde. SD: Taller, 1978, p. 31).

Uno de los poetas dominicanos mayores, Manuel del Cabral, publicó en 1942 en Buenos Aires, su libro fundamental, Compadre Mon, una suerte de épica de nuestras vicisitudes históricas, pero a lo popular y cotidiano, con la picaresca, la malicia y la astucia del criollo, sobre todo del campesino. Hay en esa obra de Cabral una parte consagrada a la estancia del personaje principal, Mon, en suelo haitiano. Es un mito de poder donde el dominicano, como se vio en Alix, vence al brujo haitiano, pero también puede leerse esa parte como la historia del exilio dominicano, desde Francisco Sánchez, o como la lucha del pueblo dominicano en contra de los caudillos que le vencen, exilian a sus hijos y muchos encuentran y han encontrado refugio en Haití, y viceversa.

Creo que es la parte ideológica de esta obra de Cabral: “Y voy a decir, ya que huyendo envejecí, /no lo que mi ojo vio sino lo que pasé yo/en mi refugio de Haití.//Mas voy a aclarar por qué, antes de entrar en Haití, /algo debo hablar de aquí. ¡Pues qué vientre el que parió/mis nueve meses allí…!/Que hasta expatriado me vi/por votar a un caudillo que era tan bueno y sencillo/que el mismo día en que trepa la Jefatura que chupa, /contra el mismo que lo aúpa fue tres cosas a la vez: / cárcel, comisario y juez.” (Obra poética completa. SD: Alfa & Omega, 1976, p. 138).

Ha sido de mucho esfuerzo el que las dos repúblicas se reconozcan como independientes y soberanas y con especificidades culturales distintas. Y el mito de poder de Cabral termina, como el de Alix, así: “Aquel haitiano me dio un amuleto –un huesito–,/y me dijo: ‘este poquito de animal te lo doy yo/para que, durmiendo o no, te defiendas de la gente, pero ten siempre presente que en este hueso estoy yo’./Quiso decirme el maldito: que si el mundo bien me trata,/le mandara siempre plata mientras llevara el huesito./Pero al brujo conocí como el olfato al menú,/y le dije: como tú, hay muchos presos allí…/Si tú cruzas la frontera verá que tenemos fieras/que adivinan hasta el mal de qué va a morir tu nieto./Y al devolver su amuleto, me respondió: ‘ya tendrán/pronto luto de ti, bruto’. Pero si en tu carne luto, /le contesté, tienes ya.” (Obra poética completa, ya citada, pp. 137, 140-41).

El mito de poder se concreta en este pasaje y es correlativo a la victoria de las armas dominicanas sobre las haitianas desde que estas intentaron, el 19 de marzo de 1844 hasta la última derrota de Soulouque en 1856, destruir la independencia dominicana de 1844, al considerar que fue una traición. Haití es, como Alemania, uno de los raros países de la Tierra que inician guerras para perderlas.

Sin embargo, en un poema menos tardío, “Trópico picapedrero”, de 1941 e incluido en su libro de 1942 Trópico negro, Del Cabral se muestra más empático con el sujeto haitiano, al igual que en los demás poemas de la obra, la que se revela por completo un canto a la grandeza libertaria de Haití, aunque con críticas a las zonas ideológicas que han impedido la constitución de un Estado nacional verdadero en aquella parte occidental de nuestra isla compartida, como se muestra en “Haitiano taumaturgo”: “Hasta las manos del santo/que limpian manchas del alma,/vienen a darle dinero/a tu amuleto que habla.//Fruto de tierra sin fruto: tu amuleto no hace nada; tú pones tu cara, y es…/tu cara la que trabaja.//Pones tu cara, y así,/siendo la suerte tu cara,/hacia tu anillo de hueso/va el oro de la montaña. (…)//Tú que en la luz de una vela/ya lees destinos de razas. /Tú, que conversas de noche/con la tierra y el agua.//Tú, bajo un cielo tan grande. / ¡Tanto cielo para nada!/Eres de tierra tan seca/que la cultivas con lágrimas.” (Op. cit., p. 211-12). Mismo tema que el tratado en Compadre Mon en Haití, analizado más arriba.

Una obra que no reproduce mito de poder en contra de Haití ni de Haití en contra de la República Dominicana es Yelidá, del gran trujillista Tomás Hernández Franco, publicada en El Salvador (Ediciones Zargazo, 1942), y puede definírsela como una apología del mulataje antillano, resultado de la unión sexual del blanco con la negra y viceversa, comenzada con la llegada de los primeros negros a América, traídos por Nicolás de Ovando en 1502. Pero en vez de colocar el inicio del mulataje en Santo Domingo con la mezcla de español y negra o de negro con blanca, Hernández Franco lo inicia por Haití con la unión de un blanco noruego y una negra haitiana.

Este desplazamiento geográfico del mito a tierra de Haití se debió a una censura asumida por Hernández Franco a causa del odio en contra de Haití desatado por la dictadura de Trujillo en la sociedad dominicana para justificar la matanza de haitianos en 1937, acto del cual es el único responsable y cuya explicación obedece a un deseo del dictador de controlar militar y políticamente a los presidentes haitianos para extender el mercado interno (de sus empresas) más allá de la frontera, facilitar su acumulación originaria y su dominio del Caribe.

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