Los Corripio

Los Corripio

ANTONIO GIL
Me tocó conocer la ciudad de Santo Domingo cuando mi familia llegó desde La Romana a establecerse en Santo Domingo. Papá instaló su negocio en las inmediaciones de la avenida Mella, muy cerca de donde estaban muchos de los más grandes capitales españoles de la época, como los Trigo, de La Norma y La Troya; los Alvarez, de la ferretería del mismo nombre; los Cobián, los González Cuesta-Corripio, de El Nacional, y los Corripio, Ramón, y Manuel, con dos establecimientos comerciales con sus nombres.

Al primero que conocí fue a don Ramón. Papá recién instalaba un negocio en Bajos de Haina, lo que es el pueblo y el ingenio Haina, y compraba muchas cosas que se consumían allá.

El negocio de don Ramón estaba en la acera norte de la avenida Mella, entre las calles La Altagracia y la Del Monte y Tejada, una cuadra al este del mercado Modelo.

Don Manuel tenía su negocio en la Emilio Prud»Homme frente al cuartel de bomberos y al lado de la clínica del doctor Mañón, donde nació mi hermana más pequeña.

Más o menos en esos años también conocí a don Manuel de quien me llamó la atención que siempre estaba ocupado en algo, aunque fuera limpiando mercancías o contando las existencias.

Papá, como español también, los conocía a ambos y nos hablaba de sus inicios en el comercio.

Don Ramón vino primero al país y luego convenció a Don Manuel a que viniera, nos contaba papá. Una de las cosas que destacaba era que Don Manuel trabajó con ahínco incluso en horas y días que otros dedicaban al ocio. En principio fue empleado de un negocio y, en sus ratos libres,  se dedicó a los negocios al por menor, primero en una bicicleta y luego se estableció.

En los años en que los conocí todos los dueños de estos negocios vivían junto a los establecimientos comerciales. No era raro, entonces, verlos trabajar fuera de hora, muchas veces solos en los negocios, sin la compañía de empleados, porque las leyes laborales impedían trabajar los días festivos a cierto tipo de establecimientos. Muchos pedidos los hizo papa – visitando a estos señores, junto conmigo- fuera de horario, cuando ya los negocios estaban cerrados y se abrían sólo para recibir al cliente y amigo, porque también trabajaba en las mismas condiciones y ellos lo sabían.

En principio Don Ramón fue más conocido en la población porque importaba televisores en una época en que eso era un adminículo de lujo. Recuerdo el enorme letrero de Emerson colocado sobre el edificio de dos plantas de la avenida Mella. Luego, poco a poco, la fama de Don Manuel subió por su estilo comercial.

Algo que siempre me llamó la atención, sobre todo de Don Ramón, era lo cascarrabioso que era, como buen español. En esto no era muy diferente a papá, pero al mismo tiempo su mano siempre se extendió para las obras de caridad, sobre todo recuerdo cuando participé con un grupo a finales de los »50s y principios de los »60s que recogía a los niños que deambulaban por las calles para darles albergue y tratar de educarlos.

Tal y como hacía papá, a mis hijos les menciono aquellas experiencias y vivencias de dedicación y prosperidad. Les he sugerido siempre que sigan la vocación de su abuelo Pedro que se dedicó al comercio, aunque sin dejar de cultivarse intelectualmente. Les menciono los Corripio y esos españoles que llegaron a este país a dedicarse con esfuerzo y crecer desde la nada.

Al morir Don Manuel Corripio me vienen a la memoria esos años de lucha y esfuerzo de este hombre que vivió sin amilanarse, igual que muchos de los inmigrantes de su época, todas las grandes crisis del país, desde las ocupaciones militares estadounidenses de 1916 y 1965, el ascenso y caída de la dictadura de Rafael Trujillo, hasta el nacimiento del peso y su casi destrucción.

Vivió sin aspavientos ni ostentación, como los Corripio que conocí de niño, poco dados al lujo que ofende a los más pobres. Esa austeridad, sin dudas, le permitió capear las dificultades y les ha permitido disfrutar la prosperidad de hoy.

Cuando se habla de los Corripio de hoy la mayoría piensa en el éxito como producto de la magia, pero a mi memoria llega el momento en que cada centavo fue sostenido con el esfuerzo del trabajo, la austeridad monacal y la dedicación.

Estos no son más que recuerdos, sin pretensiones de historia. Son un simple recuerdo de personas que conocí cuando comencé a conocer la vida.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas