Los cuentos agnósticos y enigmáticos de Miguel Phipps

Los cuentos agnósticos y enigmáticos de Miguel Phipps

Uno no tiene la certidumbre del horror, no compadece a su génesis catastrófica. La remite a los primeros disparos de la imaginación aterrada en las cuevas del paleolítico. El impacto de lo probable, la voracidad asediante, el círculo gris del instinto, la gnoseología en ciernes del miedo. Los primeros relatos emboscaron la conciencia primaria de la prehistoria. La lengua no era dúctil para los códigos cifrados de la palabra urgida. Bastó entonces la gestualidad, su resorte animal, el mundo de las imágenes volanderas que alteraban las filigranas del sueño. Hemos vivido en el enigma, cartografiado por escribientes lúcidos, ayuntamos la neurosis y el asombro, bordeamos las leyendas, los ritos mágicos, ese torniquete que nos asedia, el oscuro vacío de la orfandad celeste, el diminuto epígrafe de los símbolos creadores, la fuga onírica que enriquece la memoria, las excavaciones de amuletos y fantasmas, a quienes la ciencia no logra expulsar de la vida paralela en que habitan. Hablamos en módulos arquetípicos de Daniel Defoe, de Coleridge, del Marqués de Sade, de Dickens, de Doyle, de Mary Shelley. Citamos a Goethe, a Shakespeare y sus fantasmas aulladores. El repaso histórico literario tiene que aludir a los cuentos infantiles como La Cenicienta de Charles Perrault, Caperucita Roja y Blanca Nieve de los Hermanos Grimm. La exigencia de mayor rigor o de mayor nivel literario sobre cuentos de horror, inserta a Poe, a Melville, a Gógol, a Robert Louis Stevenson y a otros maestros del terror, que no pueden dejarse de leer, como el francés Guy de Maupassant y el norteamericano Howard Phillips Lovecraft.
Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, en Antología de la literatura fantástica (1940), logran una definición conjunta del relato fantástico con el de terror. Bioy Casares afirma que no hay un tipo de cuento fantástico, sino muchos. Lo mismo puede aplicarse al cuento de terror. Cuatro autores latinoamericanos, Juan Rulfo en “Pedro Páramo”, Julio Cortázar en “Casa Tomada”, Carlos Fuentes en su novela “Aura” y Horacio Quiroga en “El Almohadón de plumas”, consiguen alcanzar un clima espectral, fantasmal, de una alta condición expresiva.
Es teniendo como telón de fondo todo el entramado de una literatura apremiante, hurgada en el semoviente de toda la memoria retraída, residuos de oscuras posadas del hombre común, infinito en su finitud evolutiva, desalmado y conferido por los designios del Pathos y el Ethos en los arpegios retóricos de Aristóteles, pasmosamente desguarnecida en su fuero íntimo, que arribamos en una barca efímera de ingenio y proclividad al misterio más hondo, a las caliginosas apariciones de espectros y ensalmos.
Toda una tradición oral irreparable, solícita e imperturbable, indesligable en la conciencia primaria del ser, cohabita con la post modernidad y la post verdad, bajo los reflectores de una vida digital que apresura el tiempo imaginario, inútil, sustraído de las mieles alucinadas del misterio.
La literatura es plural, en su séquito de personajes y tragedias, urde una multiplicidad de confesiones legítimas que reponen en el lenguaje los planos de la conciencia hendida. En esa vocación persistente en el trabajo meticuloso, arduo, un escritor como Miguel Fipps viene transitando una fecunda y prolífica narrativa infantil que lo inviste como uno de los más brillantes expositores de la comunicación y lectura para públicos sensibles, vírgenes y abiertos a una cosecha de palabras, dibujos y fábulas, una implícita vuelta al paraíso bajo un dosel de publicaciones que han marcado tendencia editorial en nuestro país. “Cuentos agnósticos y enigmáticos” constituye un desafío en todo el interregno de su producción literaria, más allá de sus cuentos completos, de sus novelas, Fipps nos presenta en un lenguaje flexible, bien coordinado, abriendo las compuertas de la cultura popular de los misterios, ensimismado en su cubículo fidedigno, la sumatoria de todos los dichos, el almacenamiento de todas versiones trashumantes, el ínclito reservorio de todos los anónimos.
Hay un momento de la lectura de las trece narraciones en que el lector parece integrarse al laberinto esotérico de los desenlaces, usando el escritor el impacto sorpresivo de la trama, una de las condiciones expuestas por todos los grandes cuentistas, para que la obra, a diferencia de la novela, logre impactar de manera incisiva en el decurso visual. Juan Bosch, maestro del cuento, explicaba que la novela era extensa y el cuento intenso. No son fronteras inexpugnables ni limitativas, pero indudablemente la intensidad de la narración corta salva el texto y lo fundamenta en el vórtice emotivo y escritural donde reside en su valor axiomático.
Estos cuentos tienen de todo, zombis, papá bocó, expresiones como, “ahora serás caballo para siempre”, para delimitar el cambio de dimensión de un brujo que al morir se transforma en ánima, pasador de misterios, metresas, luases, Barón del cementerio, Prillé, fiesta voduista del enclave haitiano en Santo Domingo. Se trata de un libro de cuentos realmente agnósticos y enigmáticos, que se leen con deleite y sentido cultural de reminiscencias que gravitan en el alma popular.
Miguel Fipps ha escrito un buen libro de cuentos, fascinante, cautivante. No es casual que haya acoplado 13 cuentos. En la Edad Media las brujas y hechiceros estaban formados por 13 personas y las escaleras que llevaban al patíbulo donde las personas eran ahorcadas tenía 13 escalones. En los Estados Unidos un porcentaje elevado de personas cree que el número 13 es un número de mala suerte, y el 80% de los edificios altos se saltan el número 13. Aeropuertos y hoteles evitan el 13 en habitaciones o puertas desde abordaje. En los aviones nadie quiere sentarse en la fila 13. Pero Miguel Fipps escribió 13 cuentos en su mixtura misteriosa para no desafinar en ese concierto de fábulas, mitos y misterios que constituye su obra. Para que el presentador no desentone y se cuide, “por si las moscas”, permítanme concluir estas palabras sobre el libro, con los dedos cruzados y esta expresión liberadora, enigmática y agnóstica: ¡zafa número 13!
TONY RAFUL
12 de Julio del 2017.

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