Los dados eternos

Los dados eternos

Numerosos autores entienden que en literatura no existe originalidad absoluta. Todo se construye sobre lo anterior en una cadena de institibos recursos. Así, esas líneas tienen su precedencia en lecturas de textos ajenos, los que a su vez, encadenados, tienen su raíz en otras escrituras hasta perderse en un comienzo que nadie puede precisar.

Estamos obligados a la repetición por la cultura que se nos inculca y por nuestro propio entender cotidiano. Sólo nos diferenciamos con algunos matices creadores individuales que vienen, finalmente, a señalar el estilo de cada escritor.

Lo que han dado en llamar influencias literarias no es más que repeticiones conscientes o inconscientes de recuerdos que afloran en el discurrir de un tema.

La actual novelística latinoamericana y norteamericana se nutre, todavía, de James Joyce, Kafka, Dostoievsky, Balzac y otros notables escritores quienes a su vez adoptaron modos de apreciar al hombre y a la sociedad que les ha rodeado, de fuentes de autores más lejanos. Es, como dijimos, una cadena de repeticiones que se pierde en el alba de los siglos.

En mis lecturas continuas me encontré, hace tiempo, con el curioso caso de la influencia que ejerció Albert Einstein en la angustiosa poesía del peruano César Vallejo.

El caso es singular, sin duda, porque un científico de las matemáticas, autor revolucionario de la teoría de la relatividad, como Einstein, parece encontrarse muy lejos de las profundas inspiraciones poéticas del «Cholo Vallejo».

Pero he aquí que lo escrito tiene su transparencia -y excúsenme por utilizar este término transparencia que le rompe el oído a los oyentes por la frecuencia que lo utilizan los políticos- de ligazón aún sin tomar en cuenta los temas que se agotan.

Albert Einstein era un personaje sin ideas políticas. Siempre estuvo en contra de la violencia. Amante de la paz siempre fue un ardiente defensor de los pobres, de los que se levantan cada mañana con la esperanza de conseguir el pan para sus hijos. Fue tan desprendido para favorecer a los marginados de la fortuna, que el dinero obtenido al otorgársele el Premio Nobel, lo dedicó, en su totalidad, para fines caritativos. Sin embargo, sus profundos estudios determinaron la creación e la bomba atómica instrumento terrorífico de muerte y desolación probado en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki.

Pues bien, Einstein se enfrentó a la teoría e los físicos que sostenían que el Universo es discontinuo, compuesto por partículas infinitas. Einstein, por el contrario, creía que el Universo físico entero era una continuidad única. Demostró el físico alemán que las leyes revelan un Universo continuo, gobernado por leyes inmutables, en el cual se pueden predecir los hechos concretos. Declarada su fe en un Universo completamente lógico decía: «No puedo creer que Dios juegue a los dados con el Universo».

Esta última frase de Einstein la tomó el talentoso poeta César Vallejo para recrear, en magníficos versos estremecedores, el misterio absoluto universal: «Los Dados Eternos». Pero Vallejo, vuelca el sentir de Einstein en material y personal: «Hoy que en mis ojos brujos hay candelas/como un condenado/ Dios mío, prenderás todas tus velas/ y jugaremos con el viejo daño…/Tal vez «oh jugador» al dar la suerte/ del universo todo/, surgirán las ojeras de la Muerte/ como dos ases fúnebres de lodo./ Dios mío, y esta noche sorda, oscura,/ ya no podrás jugar, porque la Tierra/ es un dado roído y ya redondo/a fuerza de rodar a la aventura/ que no puede parar sino en un hueco/, en el hueco de inmensa sepultura».

Así pues, todo está escrito en la pequeñez de este planeta Tierra.

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