POR GERMAN MARTE
Ochenta y cuatro familias del sector La 40 en Cristo Rey cuyas viviendas fueron destruidas por la furia del huracán George llevan nueve años hacinados en los mismos barracones donde fueron llevadas con la promesa de que en tres meses serían reubicados.
En medio de la insalubridad, asediados por los ratones, los damnificados viven apiñados en improvisados barracones de menos de diez metros cuadrados, construidos a la carrera en ambas aceras de la calle Ramón Cáceres casi esquina avenida de Los Mártires. Allí, una letrina es compartida hasta por once familias.
Lamentan el abandono y el olvido en que los han dejado las autoridades, desde aquel aciago 22 de septiembre de 1998 cuando el huracán George destruyó sus humildes casitas en el barrio La 40.
Como la voz que clama en el desierto, sus pedidos de ser reubicados han sido ignorados por los gobiernos del presidente Leonel Fernández y de Hipólito Mejía.
Residen en pleno Distrito Nacional, pero son invisibles para las autoridades, excepto durante las campañas.
Pero la esperanza es lo último que se pierde, dicen; por eso, aunque no confían mucho en promesas, estas familias piden al presidente Fernández que les busque un lugar donde vivir dignamente, pues están cansados de vivir en condiciones infrahumanas.
Andrés Morla, del comité de damnificados, culpa al Instituto Nacional de la Vivienda (INVI) de ser insensible ante la situación de estas familias. Dijo que han visitado todas las dependencias gubernamentales, pero nadie les ha hecho caso.
Le pedimos al gobierno que por favor haga algo por nosotros que esta situación está difícil, expresó Morla.
Los tres meses más largos
Como se trataba de un techo provisional, del que supuestamente saldrían en tres meses, a cada familia se le ubicó en una habitación pequeña, sin importar cuantos miembros la integraran.
Supuestamente era por tres meses y mire todavía donde estamos, tenemos nueve años, dijo Ana Guzmán mientras lavaba en plena calle, porque dentro de la casa no tiene espacio para hacerlo.
Frente a la casa, en plena calle, unos niños jugaban ajenos al peligro que les acecha cada vez que pasa un vehículo.
Antes de que el huracán le destruyera su morada, Ana vivía en una casa de tres habitaciones, hoy su familia de seis miembros vive en una sola habitación.
Su vecina Ana Morillo está peor. Comparte su casa con cinco de sus hijos, todos adultos. Cuando llueve, por el medio de la sala corre el agua que baja desde la parte alta de La 40.
Otros vecinos consultados lamentaron que los políticos sólo se acuerden de que existen durante las campañas.
Algunos damnificados dicen que no saben que les ha hecho más daño, si los endemoniados vientos del huracán George o la indolencia de los gobiernos.