Los daños de Font Bernard

Los daños de Font Bernard

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Me duele, y me indigna, que personas como R. A. Font Bernard, quien por largas décadas ha estado muy cerca del más alto poder político nacional, especialmente durante los extendidos –y casi interminables– regímenes de Trujillo y Balaguer y luego, a nivel más bajo, en cercanía con gobernantes de variada calificación, sea capaz de escribir un artículo como “Los mitos históricos”, publicado en este periódico el sábado 13 del corriente mes.

Tanto Trujillo como Balaguer habrían reaccionado negativamente a la repetición de minusvaloraciones a nuestros Padres de la Patria y personajes como el general Gregorio Luperón y otros hombres públicos. Por supuesto, la reacción de El Jefe iba a ser muy distinta a la del autor de “El Cristo de la Libertad”.

Font fue director del Archivo General de la Nación, que ahora está en las eficaces y severas manos de Roberto Cassá. Allí Font pudo redondear su visión de la historia dominicana, aunque sin que se debilitasen sus prejuicios ni el soterrano poder de complejos que nos han afectado desde los primeros tiempos del descreimiento, hasta que Trujillo la emprendió contra quienes menospreciaban los valores dominicanos.

¿Que lo hacía porque, en su megalomanía, él se consideraba la República Dominicana?

Sea. Pero no se podía decir que Duarte fuese “un pobre hombre”, a menos que fuese cobijado bajo la pelambre de un bigote añoso, y en voz baja, como lo escuché yo decir a viejos sinvergüenzas y negativos durante mis años de infancia, cuando acompañaba a mi padre a todas partes y escuchaba a estos mulatos acomplejados de inferioridad, lamentadores de haber nacido aquí “por accidente y por desgracia” y no en Argentina, Chile, Francia (¡Oh, París!) y ser por tanto rubios y caucásicos.

Dependiendo de su estado de ánimo, papá los mandaba al carajo o a otro lugar más definido y pestilente. Es que, según ellos, Duarte era un vendedor de velas en Venezuela, a Mella se le escapó el disparo de su trabuco porque estaba borracho y los méritos de Sánchez eran más discutibles que los de Pedro Santana (españolizado) y Tomás Bobadilla (afrancesado).

¡Vergüenza para monseñor Meriño!, cuando habiéndosele encomendado la apología de Juan Pablo Duarte en la recepción solemne de sus restos mortales desde Venezuela, expresara (ojalá no fuese cierto): “¿Qué puedo yo decir de este pobre hombre?”

¿Es que sólo valen los que triunfan a cualquier precio?

¿Es sólo el visible éxito personal lo que cuenta y merece respeto?

Los propósitos y acciones constructivas para una Nación, el sacrificio heroico, el noble desprendimiento, la altitud de metas exigentes de diversas manifestaciones de gran valentía, ¿no valen nada?

Ciertamente se consigna que el padre de Francisco del Rosario Sánchez, el moreno “Siño Narcizaso” le advertía a su hijo que la República Dominicana podría ser un país, pero una Nación, nunca.

¿Es que los dominicanos no formamos parte de la humanidad y no estamos, como los demás, sujetos a procesos históricos que determinan ritmo y características del desarrollo?

Estoy hastiado de los acomplejados que despotrican contra los héroes que han hecho posible la República Dominicana que hoy tenemos aunque, como en el caso de Duarte y sus auténticos seguidores originales, se tratara de gente superior, confiada en que nuestros valores, bien encaminados, con decencia, nos llevarían al éxito.

¿Que aún no tenemos la República que Duarte soñó?

Es verdad. Pero la culpa no es suya. El dio todo lo que tuvo por un ideal, pero no tenía ambición de mando, lo cual califica Rufino Martínez como “lejos de ser virtud, es una falta en quien aspira a señorear como líder de un pueblo para ponerlo en marcha por determinado derrotero”. Pero es que Duarte no aspira a señorear como líder.

Todavía hoy, resulta que en Piedra Blanca, Bonao, perredeístas y peledeístas se enfrascan en un mortal tiroteo por el control de la junta municipal… por los importantes beneficios económicos, procedentes de dietas y viáticos.

Todavía hoy el ejercicio de la política está signado por el ventajismo desmesurado, y no presenta perspectivas de mejoría.

Todavía Duarte nos queda muy grande, como los héroes que, sable en mano, machete en alto, defendieron la República Dominicana.

No voy a citar insultos y menosprecios escuchados y leídos contra estos ilustres personajes.

Sólo voy a demandar respeto.

Respeto indeclinable y reverente.

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