Los dejos electroales

Los dejos electroales

MARIEN ARISTY CAPITÁN
El fin de semana fue infernal. Desde el jueves pasado, ávidos por dejarse ver, los seguidores de los candidatos que se terciaron en las pasadas elecciones llenaron las calles de ruido y tapones. El blanco, el morado y el rojo nos hablaron de partidos y nos llenaron de rabia. No se salvaron ni las altas horas de la noche ni los rincones que creíamos más tranquilos.

Por ejemplo, mientras circulaba por el corazón de El Millón el viernes a la diez de la noche, me encontré encerrada de pronto porque un micromitin de Johnny Jones había ocupado toda una calle.

Después de diez minutos para dar marcha atrás, pude escapar. Entonces recordé a la Ortega y Gasset, ocupada y obstaculizada por los seguidores de Alfredo Pacheco (muchachitos imberbes que ni conciencia habrán tenido a la hora de votar); y la Tiradentes, en la que estaban el PRD y el PLD en franca competencia, con gente cruzando la calle sin control y una música que enloquecía a cualquiera.

Aunque muchos piensen que no tiene caso hablar de esto, porque la campaña pasó y las elecciones también, creo que es oportuno que no olvidemos lo que vivimos hasta el domingo pasado: un derroche de recursos que, utilizados en el gasto social, habría redundado en beneficio de muchos.

De alguna manera, aunque sé que plantear eso es una utopía en un país en el que hacer política es el mejor y más lucrativo estilo de vida, tenemos que lograr que la campaña y la propaganda política queden en el pasado: tenemos, a toda costa, que hacer del debate una costumbre y de las caravanas y mitines un pasado.

Cada recorrido, cada anuncio televisivo o de radio, cada valla, cada panfleto, cada paquete de flequitos… cada uno de esos absurdos nos cuesta demasiado. Sobre todo porque, a pocos meses de que pasan unas elecciones, comenzamos a armar la campaña de la siguiente.

Vivimos por y para la política. Regalando ron, algunos pesos y ciertas ilusiones que se visten de promesas a olvidar en cuanto se llegue al poder, los políticos se pasan la vida dilapidando nuestros recursos en pos del ego, el clientelismo y la demagogia.

Ahora bien, ¿cómo lograremos que algún diputado o senador presente un proyecto de ley que limite la campaña cuando ésta sólo les beneficia a ellos? ¿Cómo, en un país en el que la mano se levanta a golpe de cheques y no de conciencia, podremos lograr que los proyectos de trabajo pesen más que las grandes fotografías retocadas en cualquier programa de fotografía digital?

Sé que hablar de estas cosas es clamar en medio del mar. Pese a ello, prefiero pecar por ilusa y no por omisión: tenemos que insistir en hacer de este país algo más que una feria en la que la política sea la mayor y mejor atracción.

Es que es esa política la que lo ha fastidiado todo. Vale recordar que una gran parte de nuestro presupuesto se va en ONG’s que sólo benefician a particulares, pero no hay recursos para mejorar la educación o ponerle coto a la violencia que cada día nos toca más de cerca.

Sería bueno que, en lugar de pensar en ganarse unos pesos de más, en el Congreso piensen seriamente en alguna ley que controle el porte y venta de armas de fuego; que se destine dinero a patrullar en toda la ciudad y no sólo en los barrios seguros de la parte alta de la Capital. Es que, por si no lo ven, al ofrecerles la tan necesaria y ansiada paz a ellos, nos han fastidiado los que vivimos en el perímetro central.

Ya vemos asaltos y muertos en el Paraíso, ahora verdadero paraíso pero para los ladrones, en pleno domingo y a las nueve de la noche. Así no podemos seguir. Necesitamos representantes, sí, pero que luchen por nuestros intereses y no por sus bolsillos.

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