Los derechos humanos:
Promesa, conquista y desafío

Los derechos humanos:<BR>Promesa, conquista y desafío

MANUEL DE JESÚS RODRÍGUEZ
manuelconjesus@yahoo.com
El 17 de febrero de 2008 pasará a los anales de la historia como una fecha de indiscutible trascendencia: ¡ese día Kosovo se autoproclamó autónomo! ¡Finalmente! Observando a través de las elocuentes imágenes de la prensa internacional el exultante regocijo de cientos de miles de kosovares, que celebran jubilosos la tan añorada emancipación, no puedo menos que pensar en la fuerza, indómita e incontenible, del espíritu de libertad que anida en lo más profundo del alma humana.

Es la misma fuerza que ha hecho de la humanidad una estirpe noble y ennoblecedora, combativa, fiera de sí misma, capaz de levantarse de sus propias cenizas con el ímpetu del águila audaz para surcar nuevos cielos de esperanza y luz… aún cuando todo a su alrededor exhalaba tinieblas y muerte.

Es así como la alegría desbordante de los kosovares se nos presenta como inequívoca señal de la irresistible actualidad de los derechos humanos, que son la plataforma indispensable de toda libertad. Y es que no hay, ni puede haber, posibilidad alguna de libertad humana sin un respeto escrupuloso de las exigencias y principios morales y jurídicos a los que comparativamente denominamos “derechos humanos”.

Los derechos humanos no son un cuento de hadas ni mucho menos la ilusa pretensión de mentes tan cándidas como ingenuas que afirman su existencia cuando en realidad no son más que entidades quiméricas. Los derechos humanos no son el barniz engañoso de la arrogante petulancia del individualismo occidental. Los derechos humanos no son las piezas prescindibles de un rompecabezas que debe ser armado acorde con los parámetros culturales de cada pueblo. Los derechos humanos tampoco son el fruto del consenso hipócrita de políticos sucios, cuya carcomida conciencia moral les inhabilita para ver más allá de sus pérfidos intereses particulares.

Los derechos humanos son, ante todo, una promesa. Promesa de dignidad. Esta dignidad pertenece connaturalmente a la condición humana, en virtud de los principios de conciencia racional y libertad orientada al bien que la caracteriza íntimamente. Por este motivo, el ser humano no puede ser tratado de cualquier modo, sino únicamente de acuerdo con el mayor respeto a la dignidad que sella y marca su identidad natural. De ahí que los derechos humanos no sean otra cosa que las condiciones mínimas en que se ha desarrollado la vida humana, en orden a la plena satisfacción de las exigencias naturales (físicas y espirituales) que resultan fundamentales a la existencia humana. No son simples garantías jurídicas, sino principios éticos que se desprenden de la más genuinamente humana de todas las realidades: la nobleza de la persona humana.

Si el género humano no siempre ha sabido reconocer la absoluta primacía de estos principios éticos universales e incontrovertidos, no resulta extraño que los mismos se hayan convertido durante tanto tiempo en objeto de lucha, resabiosa y pertinaz, aguerrida e incandescente, por parte de tanta gente que ha sabido regar con la sangre de sus entregas los vastos sembrados de la libertad. Por ello, los derechos humanos son, también, conquista.

Pero estamos aún muy lejos vivir en una comunidad humana plenamente tal. Todavía co-habitan con nuestras afanosas ansias de justicia y libertad demasiadas miserias ponzoñosas: demasiados de nosotros aún son excluidos de su medio social, lejos de toda fraternidad, víctimas de crueles discriminaciones de todo tipo; demasiados de nosotros aún no cuentan con las posibilidades mínimas de vestirse como personas humanas, de comer como personas humanas, de educarse como personas humanas, de trabajar como personas humanas; demasiados de nosotros aún son tratados como instrumentos de producción al servicio de intereses mezquinos; demasiados de nosotros caen aún víctimas de guerras fratricidas y de atentados terroristas que pretenden cercenar, con el cuchillo del odio, el horror que hace estallar sus propias almas; demasiados de nuestros niños y niñas aún se levantan con la incertidumbre de desconocer a quién le tendrán que vender sus tiernos cuerpecitos ese día o quién desahogará sus frustraciones sobre ellos con el látigo espinoso del abuso.

Por todo esto, los derechos humanos son, sobre todo, un desafío. Un desafío incuestionable y urgente, ineludible y vociferante. Y como cada desafío implica una batalla, yo te digo: ¡manos a la obra!

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