Tras ser electo como el cuadragésimo cuarto Presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama sienta un gran precedente histórico que toca varios aspectos en diferentes órdenes.

Es la muestra de que con perseverancia, trabajo y gran visión, cualquier ser humano puede superar obstáculos tan adversos como la pobreza, la discriminación y las desgracias mismas de la vida.

Hasta en la víspera de su triunfo, el dolor abatió su alma con la muerte de la abuela que asumió su crianza a la falta del padre pobre oriundo de una nación abandonada.

En Obama la juventud del mundo tiene un ejemplo inspirador.

Por delante tiene, ahora, grandes desafíos.

Tanto los norteamericanos como el mundo entero miran a él con grandes esperanzas y expectativas.  

Su carisma, temperamento y capacidad, armas claves para el triunfo, deberán emplearse bien a fondo para producir los cambios anhelados en una nación sumida en una de las peores crisis de toda la historia y que ha gravitado en los demás países del globo.

Entre las grandes metas a lograr en el cambio están: superar el fracaso del gobierno de George Bush en la protección de los ciudadanos, estabilizar una economía que ha sembrado pánico y desesperación en los trabajadores que pierden sus empleos, asegurar la alimentación, el sistema de salud y la educación de los hijos.

En el orden internacional, Obama deberá redefinir y reestablecer las relaciones diplomáticas con naciones claves que se han ensañado contra los intereses americanos por las calificaciones y acciones adversas de la gestión actual.

El contexto histórico de su triunfo indica que los ojos de todos los pueblos están puestos sobre su agenda.