Ha sido una gran sorpresa la renuncia del Papa. Algo así ocurrió hace 600 años. Benedicto XVI se retira en tiempo de grandes desafíos para la Iglesia Católica.

Según las estadísticas, el catolicismo ha venido perdiendo arraigo en muchas partes del mundo.

Aparte del trabajo tesonero de las entidades religiosas particulares, se acusa al clero de abandonar a su suerte a la clase pobre y sufriente para ligarse más al poder y a la clase alta. El catolicismo, virtualmente, ha dejado de ser la fe del populismo.

Las masas sienten que otras confesiones se identifican más con sus penurias. Y lo religioso-emocional es importante en medio de los males sociales.

Otra de las grandes quejas es la falta de pasión en la transmisión del mensaje de Cristo.

Se afirma que las parroquias deben ser más abiertas, más comunicadoras e integradas a las almas.

En cualquier pueblo o ciudad, el número de fieles que va a las parroquias es  pobre ante la cantidad de seguidores que penetran por las puertas de los enormes y lujosos templos de otras confesiones, especialmente de los protestantes.

Y lugares como África hablan del gran declive, pues es ya preocupante el número de antiguos fieles católicos en este continente que hoy se cruzan al islamismo.

En otro orden, las sociedades se han tornado en algo muy complejo.

Los valores éticos y morales son cada vez más volubles.

Mientras la Iglesia mantiene un discurso ortodoxo, el hombre actual presta poca atención a principios doctrinales.

Es considerado el número de sociedades que aceptan como bueno y válido conductas como el homosexualismo, el lesbianismo, el aborto, el amor libre y otras prácticas consideradas como pecados por el catolicismo.

A esto se suma lidiar con una imagen vapuleada por escándalos preocupantes.