Los desalojos compulsivos

Los desalojos compulsivos

HAMLET HERMANN
Muchos no nos habíamos enterado de que en la antigua Grecia, alrededor del año 500 de nuestra era, uno de los peores castigos que podía imponérsele a alguien era el ostracismo. Esto es, el destierro, el desalojo, el exilio, o como quieran llamar al desarraigo del lugar habitual donde uno vive. Sólo la pena de muerte era considerada por los griegos como más grave.

Sin embargo, el exilio nunca sería permanente; tenía una duración máxima de diez años. Y mientras, la persona desalojada jamás perdía sus derechos ciudadanos los cuales estaban amparados por la ley.

Esto viene a colación porque en la etapa seudo democrática que estamos viviendo los desalojos hechos por los gobiernos son mucho menos condescendientes con la ciudadanía que los que se hacían quince siglos atrás cuando todavía el esclavismo reinaba. Eso todavía ocurre ahora cuando se nos está vendiendo una serie de baratijas de alto precio como ejemplos de la modernidad. En este aspecto marchamos como el cangrejo, hacia atrás. Y esto viene dado porque cada día que pasa, el ser humano es tomado menos en cuenta. La voracidad de los grupos partidarios se ha hecho insaciable y, a final de cuentas, los tan deseados votantes resultan siempre ser los más lesionados.

Hoy presenciamos formas brutales de desalojos como aquellos a los que nos acostumbraron los gobiernos de Joaquín Balaguer. El papel represivo de “Macorís” Pérez Martínez es ejercido ahora por las tropas de la Policía Nacional. Para muestra basta el botón de la brutalidad ejercida esta semana contra los pobladores de Villa Eloísa en Brisas del Este. Doce casas demolidas por los émulos de Ariel Sharon, tres heridos de bala y decenas de personas apresadas y metidas en calabozos. Ese es el método que se le aplica a los jodidos, a los pobres de solemnidad que ocupan terrenos cuya propiedad es sumamente discutible. Esas mismas fuerzas policiales son las que defienden la apropiación ilegal de áreas verdes y de terrenos estatales en el Cinturón Verde de Santo Domingo por parte de síndicos y regidores quienes siempre tendrán consideración oficial para presentar la coartada de su apropiación ilícita.

Otro tipo de desalojo, brutal ostracismo también, es el que se trata de llevar a cabo en la zona de El Vergel donde la Secretaría de Obras Públicas pretende construir un exabrupto de la ingeniería de tránsito. En ese sector residen familias de clase media cuyos títulos de propiedad no pueden ser cuestionados mínimamente. Su permanencia por décadas le imprime más solidez a su derecho a radicar allí. Aún así, se les quiere aplicar la ley del ostracismo en la forma de condena perpetua, contrario a lo que se practicaba en la antigua Grecia. Las autoridades quieren enviarlos al exilio por su propia cuenta y riesgo y así eludir responsabilidades al querer entregarles una insuficiente cantidad de dinero que no les permitiría conseguir la misma calidad de vida que la actual. De nuevo estos artífices de la modernidad privilegian al automóvil por encima del ser humano sin tomar en cuenta el sacrificio de toda una vida de trece familias en particular y de todo un sector en general. Eso aún a sabiendas de que están propiciando la arrabalización, tal como ha sucedido en todas las otras obras de ese tipo que han construido.

Algo que las autoridades tienen todavía que aprender es que están tratando con seres humanos. Más razonable sería que revisaran el documento en poder de la Secretaría de Obras Públicas relacionado con un proyecto para la avenida Ortega y Gasset. En éste se dice lo siguiente: “Estamos convencidos que donde quiera que se vaya a hacer una expropiación que contribuya al proyecto, resulta conveniente que la solución al desplazado sea anterior a la reubicación. Más aún, creemos que esa reubicación debe ser hecha manteniendo a las personas dentro del mismo sector donde han vivido durante muchos años. Esto así, consideramos que se debe elegir un espacio dentro de las expropiaciones a realizar en este proyecto para construir un edificio en el que se pudieran alojar, si así lo desearan, las familias reubicadas. Así, sus respectivas vidas no cambiarían tanto como consecuencia de los proyectos de progreso para toda la ciudadanía. Como las propiedades expropiables son menos de diez, podría hacerse un edificio de mediana altura para que, como opción, tengan disponible un lugar donde moverse dentro del mismo territorio al que están habituados.”

Quizás esa no sea toda la solución, pero de seguro que puede ser buena parte de ella y así no tener que aplicar la ley del ostracismo contra la ciudadanía.

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